Opinión

Ni una sola sala de cine de aquellas históricas

Fachada del antiguo cine Xesteira, en una imagen de archivo del año 2013.  FOTO: MIGUEL ANGEL
photo_camera Fachada del antiguo cine Xesteira, en una imagen de archivo del año 2013. FOTO: MIGUEL ANGEL

Xesteira, Losada, Principal, Mary, Avenida y Yago, esos cines de nuestra juventud cuando un referente dominical ver una película, y cuando por los domingos en el Coliseo Xesteira donde en el primer piso se oían los tacos chocando con las bolas en la sala de Billar de Pepita, nos apretujábamos y subíamos escaleras arriba como en volandas para acudir a butaca de club, por encima de las del patio, los más afortunados, o al gallinero, dicho después paraíso, donde aposentaban en la dura madera sus posaderas los de escasos posibles o los arruinados de una semana de futbolín o billar que acudíamos al cine por 50 céntimos de peseta, que en esa cantidad lo dejé. El gallinero, llamado así por estruendoso en cada lance peliculero, mientras los finos del patio de butacas no expresaban emoción alguna o no se oía.

En el llamado Coliseo Xesteira de aquellos años acudíamos a ver películas por jornadas, una cada semana del Tanque Humano, un robot homicida, o la de la Policía Montada del Canadá, o de la Mujer Tigre, una amazona de la selva brasileira, heroína que nos tenía embelesados más por lo que enseñaba, que poco, que por lo que sobreactuaba, que mucho. Nos tenían enganchados estas series para las que sacábamos los cuartos de las mismas piedras porque, para acceder al bolsillo paterno, había que hacerlo en el mismo Café Roma donde los contertulios de mi padre: Risco, Otero, Faílde, Prego, Ramos, el tío Alejandro… imponían un tanto pero que siempre estimulaban al pater para soltar más de lo que en otra circunstancia haría. En el Xesteira hasta veíamos alguna velada de boxeo, camuflados como de más edad por apariencia, en tiempos de King Kong, Penedo y otros boxeadores locales. Luego conocí a King Kong cuando emigrante en Alemania u Holanda, que no recuerdo, rememorando todos aquellos episodios en el Xesteira Ring.

El cine teatro Losada, que más ejercía de lo primero, lo frecuentábamos entre semana, casi siempre al gallinero o general, como se decía para disimular, lo que nos permitía con aquella escasa soldada disfrutar a nuestras anchas de aquellos graderíos corridos de madera y expresar emociones ya con Rita Haitworth, Lana Turner, Carol Baker, Clark Gable o el hiper héroe Gary Cooper. Los que ejercían de buenos ya eran un referente y no se concebía que pasaran al de villanos, o a la inversa. Parecería como si encasillado cada cual en su papel. Las taquillas del Losada eran, por altas, un tanto incómodas y el acomodador enfocaba con frecuencia al gallinero para que el orden se restableciese, ya motu proprio ya reconvenido por alguna voz en solitario que gritaba: ¡Acomodador! cuando el gallinero se alborotaba por algún lance en la pantalla.

Del Mary, donde como en todos, un palco reservado para el gobernador civil e incluso autoridades judiciales y militares y sus familias, no comenzaba la sesión hasta que la autoridad o sus delegados se apoltronasen. Era el cine finolis, de unos cuantos cigarrillos en los descansos, hasta que el avisador lumínico o el acústico nos dijese que la sesión recomenzaba. Aquí acudían las damas de bien o de buenas familias, diríase que de distinguidas por apellido, dinero o su saber moverse, aunque algunas de disminuido capital, entre la élite local de adinerados. Costaba ligeramente más que los otros, más populares. Las parejas no se explayaban de la misma manera que en los otros cinemas. Carecía de gallinero como el Cine Avenida.

El Teatro Principal tenía en su gallinero, la parte más elevada y por ello, de menor visibilidad de la pantalla, pero allí nos sentíamos a nuestras anchas porque el acomodador a cualquier alboroto o más bien ruidosa expresión, se limitaba con su linterna a alumbrar a los facciosos desde el patio de butacas, lo que ineficaz a la hora de poner orden. Era la única sala que alguna vez se plegaba a representaciones teatrales, que se daban con más escasez en las otras salas, porque en ésta aún se hacía cierto honor al teatro.

El cine Avenida, de la calle Curros Enríquez, a veces parada obligatoria de los paseantes veraniegos hasta el puente Nuevo. Una sala de solamente butacas de patio como el Mary donde se estrenaron las grandes películas de Cinemascope en su gran pantalla panorámica. Tenía una amplia sala para el descanso a media película, como el Xesteira, sin que a las demás salas les fueran a la zaga estos espacios en cuyos descansos se fumaba a destajo en una proporción tan desigual que los no fumadores éramos rara avis en aquellos entornos.

El cine Yago, en A Ponte, era como el destierro, por ello más frecuentado de pontinos que de ciudadanos de la rive gauche, que algo de distintivo tendría pues la intelectualidad, al modo de la rivera izquierda del parisino Sena, residía aquí y los cenáculos eran su exclusiva, dejando para pontinos la industria almacenera que manejaban familias procedentes de la Meseta más inmediata, la zamorana. El Yago sonaba un tanto exótico para nosotros… por lejanía, acaso.

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