Opinión

No son gigantes, son molinos

Paseando por estos ribetes de la cantábrica costa, una poco más que aldea, Chavín, metida un poco al interior, sobresale entre muchas, más por lo que alberga aun y por su pasado. y de cómo, pero casi siempre con gentes de fuera, se fue industrializando primeramente en la rama del automóvil, luego en otra de la construcción y acabado de aerogeneradores, de las que cuales pervive a pleno,  una dedicada a la de fabricaciones de engranajes y componentes mecánicos, y de maquinaria para la industria y la minería.

También el lugar cuenta con uno de los bosques más interesantes al que le sobraría tanto eucalipto si no explotase como emblema uno gigante de casi 70 metros de altura, O Avó, que es el atractivo, mientras las frondosas pasan inadvertidas. Este lugar es el bosque da Retorta que podría interpretarse por Retorcida, muy visitado en estíos y aun fuera de ellos.

La campiña donde se asienta este valle de Chavín o del Naseiro por donde pasa un rio, el Landro, que nacido en la sierra do Xistral jamás ha conocido estiajes y donde la marea de la Ria de Viveiro desde la desembocadura casi se adentra una legua rio arriba, por meandros entre cañaverales, espadainas, formando un mar vegetal que lo cubre todo.

¿Qué tiene este pueblo de Chavín qué no tengan otros para acoger a tantas industrias sin contar con polígonos industriales o parques empresariales?

La primera industria ya se citó, la del montaje de coches allá por el primer cuarto del siglo XX cuando un humilde aldeano mindoñense, un genio de infudtrial emprendedor, José Barros, se estableció y para dar abasto a su empresa de más de trescientos operarios mandó hacer   una fábrica de luz aguas arriba del Landro para proporcionar corriente eléctrica a su factoría. Un museo en su villa natal de Mondoñedo, obispado y catedral, recuerda lo que este hombre hizo.

Dos factorías más, una aun funcionando y otra a medias, Hidrofersa y Vestas, hacen pensar que algo de aquello tiene el lugar como si el maestro Noriega Varela, que dio aulas en sus pupitres, al que una placa rememora, dejara como la semilla del emprendimiento entre sus alumnos, aunque estas industrias creadas por gentes de fuera, porque Vesta, danesa, e Hidrofersa, una compañía fundada por varios de fuera.

Vestas, de 124 empleados que tuvo, fue abasteciendo todo el amplísimo mercado desarrollado en los inmensos parques eólicos de a Mariña, ahora se ha quedado con 24 para mantenimiento de esos molinos de viento y para proporcionarles el material preciso. La compañía ha entrado en crisis, por falta de pedidos, ha llegado a un acuerdo con sus trabajadores y se ha quedado con la veintena citada. Parece como si el sector nunca entraría en pérdidas dada la difusión y magnitud de estos gigantes que asustarían al mismísimo Quijote que en lugar de sentado en silla cual jinete habría de hacerlo en cualquier aparato volador para embestir la inmensidad de sus palas.

Hidrofersa sigue carburando a todo trapo, en su faceta de fabricante de componentes navales, para la industria, engranajes, asistencia técnica. Parecería que los 7.000 metros de planta apenas solo 100 desde la fachada, como a Vestas que está enfrente, que no trasmiten la potencia de su industria.

Esta aldea de Chavín tiene iglesia parroquial un poco en la ladera, barroca con dos cementerios casi taponándola por el oeste, uno moderno de lápidas en estante, mientras que el antiguo de mausoleos en pequeño, capilla y de tanto abandono que la ruina se apoderara de tanto pétreo alarde. Un templo con hermoso campanario barroco, semi circundada de porche por el norte, oeste y sur, con madereros bancos, que otro igual no se hallaría o no conoce uno.  Campiña ésta de frutales plena de los que hace negocio un vecino comprador que acumula las manzanas por toneladas en cementada esplanada desde donde enormes articulados camiones las vaciarán en las astures sidrerías.

Un rio, que riachuelo poco más arriba cuando se despeña en la cascada llamada Fonte da Ferida, la más turística de la zona, el Chavín, desemboca allí mismo en el Landro, que por O Naseiro, la gran fiesta gastronómica de Galicia, bajo cabañas apoyadas en la floresta con ingeniosos techados donde las cocinas funcionan por tantos días y a tanto gas que abasto parecieren no dar por el carácter de estas gentes mariñanas tan hospitalarias, que hacen amigos de cualquiera al paso, al que llenarán el plato cuantas veces lo demandare.

Te puede interesar