Opinión

Testas coronadas, ¿qué sería de ellas sin el boato?

Adormecidos por tanto boato, en las regias exequias de la reina Isabel de Inglaterra, mejor hubiera sido desconectar la televisión para no ser intoxicados por este dispendio de medios que rebasaba el pudor y atacaba el buen sentido; fue como una bofetada para el vivir austero de gran parte de la población del orbe; pero ya se sabe lo que de soporte sirven estos fastos con sus desfiles, entorchados, para el sostén de unas realezas que de otra forma las situarían en el rasero de los mortales del común. La pregunta: ¿cómo hicieron esas vitales necesidades estas regias gentes y otras autoridades desfilando sin cesar tras la muerta en interminable paseo y sin reposo, pudriéndose, si no fue embalsamada, en su caja como cualquier mortal? Pareciere como si inmortales estos personajes de sangre azul o nos lo hacen creer que la tienen esos incensarios locutores a los que se les llena el verbo con esa invocación constante a las casas reales, en un sometimiento de tal calibre que hace perder la personalidad incluso a aquellos que la tienen, como reduciéndolos al papel de súbditos en lugar de ciudadanos. Tanto huero boato solo equiparable al papal de cardenales, cúpulas de san Pedro y otros adminículos que nos trasladan a unos tiempos que parecían pretéritos pero que no. Las testas coronadas deben usar de boatos, de entorchados, ritos, ceremonias, desfiles, uniformes, posesiones, coronas y otras futilidades que hieren la dignidad humana en estos y otros tiempos. Pero éste es su soporte.

Tanto dispendio británico tiene su cara rentable, dicen; será para la monarquía y su Conmonwelth de 54 países y como soporte, incluso para las que languidecen como la nuestra por muy constitucional que la digan. Cierto que esto le queda: apuntalar por un tiempo otras monarquías. Somos tan impresionables que como bobalicones seguimos todo ese vacuo ceremonial alimentado por esa troupe de informadores acaramelados que se llenan la boca con irreales palabras adormeciendo a la plebe. Está visto que para tener información veraz no debemos prestar oídos a los grandes medios, ni siquiera a los medianos, dirigidos por esos poderes invisibles que se lucran de todo ese tufillo e incensario.

Sacudámonos de tanto fasto y celebración donde la muerte sirve para afirmar los vicios y convencer a los adormecidos que no hay país sin testas coronadas, ni sangres azules que funcione. Un sarcasmo que tratan de imponernos los que mandan para seguir mandando.

Algunas monarquías hasta se dicen republicanas. Una contradicción en sus términos porque a las repúblicas las elige el ciudadano y las monarquías son impuestas por un sucesorio derecho que distribuye al azar capaces con incapaces. Eso de la constitucionalidad, de la monarquía constitucional, es un mito por mucho que se adorne con interesados consensos en los parlamentos de unos partidos, que aunque republicanos, no quieren verse mermados de votos si se pronuncian abiertamente, o creen que puedan verse amenazados de intervención por el estamento militar, como ya lo fue nuestra II República.

Las repúblicas nos apartarían del boato y entorchado, del fasto de guardias reales y palacios, de las frases graves e impostadas, de la siempre impendente amenaza de un capitán general de los ejércitos, que suele ser un rey, que pudiera que ser tentado de usar de sus atributos como comandante en jefe del militar estamento. Ya estuvo en un tris de pasar en el 23-F.

En las repúblicas la responsabilidad suele ser colegiada, amén de consensuada, y no sometida a un mando único.

La vacuedad de tanta pompa nos ha maravillado en su paso, de tan cronometrado que pareciere o lo es, muy entrenado para una ceremonia anunciada. Nos quedamos con eso, con ese gran desfile en el que no erraron el paso ni las personalidades políticas ajenas al ceremonial británico, y si las realezas, asistentes como si entrenados para ello. Ni la coreografía más afinada sería capaz de tanta armonía. Y esto es lo que produce estupefacción en los televidentes y papanatismo generalizado. En fin, los medios nos hacen víctimas propiciatorias de todo esto que nos recuerda que cuando se inician investigaciones por cualesquiera causa criminal e este cui prodest? (¿a quién aprovecha?), regla primera de cualquier expediente investigador: a las monarquías, sin duda.

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