Opinión

Vidas paralelas: Cacharrón, el bicigrino que escribe sus aventuras y Mosquera, otro que las relata

Julio Mosquera en la playa de Cobas, en Viveiro, cuando pedaleaba el camino de Santiago por la costa.
photo_camera Julio Mosquera en la playa de Cobas, en Viveiro, cuando pedaleaba el camino de Santiago por la costa.

Encontrar a Alberto Cacharrón, un prematuro jubilado de las Cajas gallegas, en Irlanda, la antigua Eire y más antigua gaélica Erin, es hallar pedaleando a un solitario por todos los caminos que a Santiago lleven, que se decía de Roma, o se dice, que todos los caminos allá van. Alberto está transitando desde el norte de Dublin a Cork por la recortada costa este que da al Mar de Irlanda, que comparte con Gran Bretaña, en un pedaleo indesmayable de muchos centenares de kilómetros. Una amplísima bibliografía plasma todos los periplos de este infatigable historiador de nuestro Medievo, que anda inmerso en atractivas publicaciones de aquellos siglos.

Está dispuesto, este universal orensano de Montederramo, a trillar todo lo que huela a jacobeo, y de esa guisa no hace mucho pensaba ir a pedales desde la base española de la Antártida; no fue posible partir por el deshielo en la estación veraniega, por lo que tuvo que conformarse con empezar en el lugar más meridional habitado del globo, Ushuaia, para, atravesando la muy ventosa Tierra de Fuego, llamada así por los navegantes que estaban intentando abrirse paso por ese laberinto de islas que después se llamaría estrecho de Magallanes, para evitar el desconocido y peligrosísimo Cabo de Hornos, entre la Antártida y el continente el cono sur salpicado de islas; los indígenas encendían fuegos durante la noche, de ahí el nombre; pensaba por la Patagonia, plantarse en la Pampa y embarcar en Montevideo rumbo al sur de Portugal donde reiniciaría la marcha hacia Compostela. Sueño frustrado por el rebufo y proximidad de los grandes camiones trailers en una carretera sin arcén; y fue así como sucumbió su aventura al verse casi atropellado yendo a la cuneta y acabando su remolque inservible y él un tanto maltrecho. Yo pensaba que más viable bordear la cordillera andina por el oeste, en lugar de por el este la costa atlántica, pero se vio que a pesar de su planificación a Cacharrón le fallaron algunas cosas. Pero a nuestro malhadado bicigrino no le arredró una aventura, porque le vemos ahora transitando el camino irlandés.

Cacharrón se montó en avión con su bici fetiche, una Trek ya anacrónica de 26 pulgadas de rueda, con la que desembarcó en la capital irlandesa donde le esperaba el presidente del Camino de Santiago por Irlanda para informarle del estado del camino que iba emprender en tierra firme, como de 700 km. Siempre pegado al mar, tal cual los peregrinos irlandeses, salidos de Dublin lo hacían, él también se embarcará destino Coruña para pedalear hasta Compostela, por el llamado camino inglés que más le cuadraría irlandés sobre todo cuando se implantó la iglesia anglicana en Gran Bretaña, cesando las peregrinaciones inglesas y continuando las irlandesas dentro de este mundo de reducidos peregrinos, pero que fueron abriendo el camino para que cuando las persecuciones religiosas se recrudecieron en las Islas Británicas, ya los huidos tuviesen noticias de como eran los asentamientos que iban a tener en este país nuestro, dejando huella en topónimos como los de Britonia por las tierras del naciente Miño, o también se cree, que en las también entre el Cabe y el Miño, las de Eiré, en Pantón.

Y si hablamos de Cacharrón, otros hay que en bici emprenden rutas por todo el país. Julio Mosquera, uno de ellos, es ese otro jubilado de la Caixa, uno de esos solitarios que dan pedales por todo las Ibérica península. Por un quítame allá esas pajas recarga sus alforjas, que más que hacerlo en una bici de montaña las encaja en una tipo gravel. Aquel Julio del Himalaya cuando hizo el famoso treking de los Annapurnas de más de 200 km. con dos amigos, Manuel Marra y Fernando Montenegro, que ascendían hasta cotas de más de 5.000 metros, y a una legua del Everest. Julio se fue a un Aconcagua, 6.962 metros, que se le resistió por menos de 300 metros de desnivel, debido al llamado mal de altura: luego acometió la marcha de los 100 km. de Madrid en 24 horas, que le sirvió para insuflarme el proyecto de la Camiñada de Allariz, la de montaña de Entrimo, la de Castrelo do Val, todas de 50 km en 12 horas de margen. Mosquera derivaría en impenitente ciclista, nunca competidor si no consigo mismo que haciendo el camino desde Roncesvalles no una vez si no varias y por tramos no se sabe cuántas, y de caminos desde el Primitivo al del Norte, la Vía de la Plata, el Portugués por la costa, y si otros se conocen, también, es capaz de liarse la bici al hombro que no la manta y aparecer pedaleando cualquier ruta por etapas ya sea por Levante, Aragón, o la meseta castellana, o entre los olivares de Andalucía, o subirse en una de carretera para trepar al temible Mortirolo, del Giro de Italia, o el Tourmalet, del Tour de Francia, o atreviéndose hasta las cimas del Angliru, la Cobertoria, míticas de montaña de la Vuelta. Tendría que preguntarle si hizo las Transpirenáica, desde la costa catalana a la vasca. Y a esto hay que añadirle innúmeras no contadas, porque este ourensano que vive en Santiago y al que la nostalgia trae cada dos semanas por acá, anda maquinando una salida u otra de las muchas con las que sueña, porque me dice que lo que le cuesta es arrancar. Julio nunca escribirá un libro sobre tus experiencias, ignoro si un diario. pienso yo.

Ahora le ha dado por Lanzarote o Fuerteventura donde, aunque reniega de ellas, por concesión o excepción, se monta en una eléctrica, me dice, que obligado por el viento de estas islas. Estilo y carácter el de este amigo al que la opinión ajena apenas doblega.

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