Ningún Jefe de Estado que se precie puede escuchar de otros jefes de Estado los insultos que se oyeron en la cumbre de Chile contra su país sin decir, hasta aquí hemos llegado; porque cuando se llama fascista' a un ex presidente del gobierno democrático, se insulta a las instituciones democráticas de ese país, y cuando llama ladrones' a sus empresarios cruzarse de brazos es dar por bueno que lo son. Cierto que el Rey don Juan Carlos es un jefe de Estado muy peculiar dada la condición de monarquía parlamentaria de la Corona española y su sujeción a la política que marca el Gobierno. Pero por peculiar que sea el modelo, el Rey es a todos los efectos el jefe de este Estado, y su papel constitucional no es tan estrecho ni tan irrelevante como para no incluir la defensa de la dignidad nacional al más alto nivel cuando desde los más altos niveles, como es el caso, se la ofende de una forma tan gratuita y tan excesiva a todas luces como todos hemos podido comprobar con nuestros propios ojos que se la ha ofendido en esta cumbre Quienes critican que el presidente del Gobierno no le siguiera cuando se ausentó de la sala a modo de rechazo y protesta, sin embargo, me parece que olvidan, por un lado, el plus de irreversibilidad que habría tenido este doble gesto para las relaciones bilaterales con los países ofensores dado, precisamente, el reparto de papeles entre nuestro Gobierno ejecutivo' y nuestra jefatura del Estado representativa', y por otro lado, que el alto valor simbólico que el Rey de España tiene en toda la comunidad latinoamericana es más que suficiente para poner de manifiesto con toda claridad el malestar profundo pero medido que se quería expresar simplemente con que, tras llamar a la compostura a los presidentes de Venezuela y de Nicaragua, abandonase en solitario la reunión por un tiempo no muy largo pero sí lo bastante como para que la contundencia del mensaje que pretendía transmitir no dejase resquicio alguno a la duda Tampoco hay duda alguna, en mi opinión, sobre que en todo momento el Rey obró de acuerdo con el presidente del presidente del Gobierno, como todos también pudimos comprobar en la inequívoca rueda de prensa que ofreció inmediatamente después Zapatero exactamente en la misma línea de defensa de la dignidad nacional que Don Juan Carlos. Restañar la heridas es cosa que hay que dejar a la diplomacia con el deseo de que pronto vuelva la calma, pero silbar' ante lo inaceptable hubiera sido indigno, y yo creo que tanto el Rey como el presidente han hecho lo que debían, que cada uno de los dos ha sabido estar en su sitio en un momento en que no era fácil, y que la inmensa mayoría de los españoles tenemos hoy más motivos que ayer para sentirnos dignamente representados por ambos y legítimamente orgullosos de los dos.