Opinión

Cuestión de fe

Aunque la pequeña Ourenseville se encontraba en un punto recóndito del inmenso mundo, a medio camino entre el Padornelo y el Finis terrae, sucedían en ella fenómenos extraordinarios. Habituales entre su humilde y buena gente, inexplicables para el forastero que penetraba en su aura mágica.

Es difícil de explicar, queridos amigos, el motivo de tales prodigios. Reputados científicos internacionales se habían desplazado hasta la pequeña ciudad con el objetivo de investigar y desvelar sus fundamentos, pero lo cierto es que todos habían sucumbido al irresistible poder de un lacón con grelos y una taza de bó viño, dando al traste con cualquier posibilidad de solución. Los más osados llegaron a atarse, cual Ulises, al armario empotrado del salón. De ellos nada se supo, y sólo se les recuerda perdidos por los vinos, inmersos en una espiral de tapas y licor café, irremisiblemente perdidos entre los brazos de las más pérfidas arpías nocturnas de la ciudad.


Primero fueron los campos

Así son las cosas. No incurriremos nosotros en la absurda heroicidad de seguir el camino de tantos expertos desaparecidos -entre otras cosas porque estamos más interesados en saber si fue cierto que Jesulín de Ubrique se marchó de la comunión de Andreílla llevándose varias lonchas de chorizo en un Tupperware- nos limitaremos pues, a contarles los hechos. Y juzguen ustedes mismos, amigos.

Como cualquier ciudad que se precie, la pequeña Ourenseville disponía de sus centros psiquiátricos, donde expertos profesionales atendían a todos aquellos que un mal día perdían la cabeza. Sin embargo, existían cientos, quizá miles de potenciales pacientes. Un número tal que desbordaba las instalaciones disponibles.

Los dioses vieron desde el Olimpo la dramática situación y pensaron durante varios siglos. Y un día se abrieron los cielos, desde donde descendieron lentamente tres majestuosos inmuebles: el emblemático Estadio de O Couto -en su momento José Antonio- el sin par Pabellón de Os Remedios -originalmente Francisco Franco- y el moderno Pazo Paco Paz -Pazo, a secas, en un principio-. Los tres con la inquebrantable misión de dar rienda suelta a los efluvios y las neuronas desordenadas de tantos habitantes de Ourenseville, en un recinto propio, cerrado, íntimo. Donde fuese natural arrojar el zapato a la pista, escupir al rival, esperar emboscado en la salida a los árbitros, vociferar cual borracho en una taberna portuaria. Sin ataduras morales, ni complejos políticamente correctos, ni órdenes del Ministerio de Igualdad. Libertad creativa total ¡Surrealismo!


Madrid o Barça, decídase

Hasta aquí, todo normal. La diferencia entre Ourenseville y el resto de urbes era ese formidable fenómeno que procedemos a describir. A pesar de encontrarse a 507 kilómetros de distancia de la capitalina Madrid y a 1.079 de la condal Barcelona, cada vez que uno de los equipos de fútbol más representativos de ambas ciudades -Real Madrid y Fútbol Club Barcelona por si no los conocían- ganaban algún título de importancia, miles de enfervorizados seguidores tomaban las hasta entonces plácidas calles, en dirección a Concepción Arenal´s Square. Allí se reunían y demostraban que, efectivamente, el hombre desciende del mono. Trepando hasta los pies de la noble escritora. Retozándose entre los chorros de la fuente, para algunos el primer baño del mes. Agitando cual coctelera, con el chófer a modo de cereza, a cualquier vehículo que cometiese el error de asomarse por la plaza en tal fecha.

Ambos rituales eran prácticamente idénticos, sólo diferenciables por el color de sus tribus. De blanco unos, azulgranas los otros. El desarrollo era siempre el mismo: congregación en torno a la fuente, cánticos espirituales y prácticas propias del oso, insultos al rival y fin de fiesta en los vinos, con orgullosa resaca en el trabajo.


No se lo expliquen


Los científicos no se explicaban el motivo de tal costumbre. A ver, si la mayoría de quienes participaban en tales actos no estaban empadronados en la Castellana, ni en Canaletas, ni en la centenaria Gran Vía, ni en el Port Olímpic, ni en la Calle Serrano, ni en la Ramblas. Ni era probable que fuesen socios de estos prestigiosos clubes. Ni íntimos de Guti, Ronaldo, Messi o Iniesta. ¿A qué tanto alboroto? ¿A qué tanta cara de felicidad, de orgasmo balompédico por una frívola victoria en Abu Dhabi?

Y más importante ¿por qué no se celebraba con similar euforia las victorias de los equipos propios de Ourenseville? Quizá porque el Real Madrid era el primer equipo de la ciudad, seguido muy de cerca por el Barcelona. De hecho, ambos eran más vitoreados que los locales durante las pocas veces que pasaron por estos lares.

Misterios sin explicación. Cuestión de fe. El Madrid-Barça del próximo sábado es el derbi local por excelencia en Ourenseville.

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