Opinión

Non somos naide

En línea con las más modernas sociedades europeas, la pequeña Orenseville poseía un ejército imbatible de venerables jubilados, abuelos todos, la parte principal de su pirámide demográfica. Y a mucha honra.

Entre las principales aficiones de este importante sector figuraban: pasar la mañana en los centros de salud, pagar con monedas de céntimos en el supermercado, dirigir las principales obras de ingeniería en plena rue, o pasear al lado del Miño river, augurando el próximo fenómeno que atacaría la pequeña ciudad al día siguiente.


La mayor pasión, sin embargo, era un ritual ineludible, que el habitual forastero nunca lograba comprender en Ourenseville. Los entierros. Sí queridos amigos, las bodas, comuniones y bautizos eran eventos siempre bien acogidos. Los enlaces además, eran un motivo de alivio, por emparejar por fin a la Marisleysis, antes de que se le pasase el arroz, o por encontrar a una sargento de caballería que pusiera firme al inconsciente de Curtis María. También era el día ideal para saltarse las absurdas normas del doctor, y terminar bailando el trenecito con toda la familia, y la corbata en la oreja. Un clásico.


Los entierros, por favor, son algo más profundo. Una boda se prepara con meses de antelación y en menos tiempo se suspende. (¡Ah, cuantas prósperas relaciones in love se truncaron entre un baño de lágrimas y reproches mutuos!). Un deceso es repentino, siempre definitivo -al menos no se conoce ningún humano a quien se enterrase dos veces por aquí- y no distingue entre ricos y pobres. 'Non somos naide, Manolo'. Bien cierto es.


SORPRESA, SORPRESA


Por ello, en Ourenseville muchos esperaban con ansiedad el nuevo día para comprar 'La Región' y abrirla, directamente, por la aclamada sección de 'Esquelas', donde siempre saltaba la sorpresa. 'A ver quen morreu', era el comentario general, mientras se hacía acopio de los imprescindible anteojos.


Leamos: 'Rogad a Dios por el alma de Don Florindo Baldomero Esteipels (O americano)' -mandacarallo, pero si era o chapista de Valdemorillo de abaixo- 'vecino que lo fue de Valdemorillo de Abaixo, que falleció el lunes, a los 65 años de edad en su taller, confortado con los Santos Sacramentos' -home, pois hai que cumprirlle, porque viño ós enterros da Manola e do Tito (obsérvese que el muerto es lo de menos ya, ahora imperan las conexiones tribales). A ver a qué hora salen los ómnibus- 'No se recibe duelo' -bueno, eso será para os outros, que nós somos coma da familia. Agora chamo á Pepita e pasamos por alí-.


Al igual que este buen hombre de Ourenseville, varios centenares de su condición, todos íntimos del fallecido, entenderán lo mismo y se presentarán a las tres de la tarde en el domicilio del finado, donde no se recibía duelo. Es probable que allí asalten a algún despistado familiar , a quien someterán a un extenso interrogatorio: ¿Por qué murió, si anteayer presentaba un fenomenal aspecto? ¿Quién se va a hacer cargo ahora del taller? Y un largo etcétera.


CHOQUE GENERACIONAL


Antes, en cada vivienda plurifamiliar de Ourenseville se habrá producido un choque generacional. Los jóvenes no entienden a los mayores. Ellos no quieren ir a los entierros, no quieren ningún trato parcial con la muerte, esa enigmática señora de la guadaña. Las bucólicas puestas de sol no les hacen reflexionar sobre el más allá.


Sólo piensan en las maquinitas y en los novios y en peinarse como el Ronaldo ése y en cousas de rapaces. Con lo alegre que es reencontarse con viejos amigos en el Tanatorio. En fin, que no hay forma de inculcarles las buenas tradiciones. Hablan de incinerarse y arrojar las cenizas al mar, o majaderías similares, sin saber que les espera el panteón más lustroso del cementerio cuando el más allá reclame su presencia.

Por suerte, en Ourenseville ningún muerto será llevado al hoyo cual trozo de carne, en compañía de un triste supulturero. Sepan ustedes, amigos, que un amplio número de respetables ciudadanos dedican los mejores años de su vida a asistir a todo tipo de ceremonias, conozcan o no al protagonista. Simplemente abren La Región y eligen.


Las instituciones deben financiar -con dinero público, por supuesto- a estos imprescindibles agentes sociales, en lugar de despilfarrar en dietas y, alucinen, estudios sobre el clítoris. ¿A dónde vamos?

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