Duelo a sangre

Se ha ido Jimmy. Le conocí en aquellas tardes de finales de los setenta en el Café Lion, frente al viejo edificio de Correos. Eran buenos tiempos de tardes largas y, con frecuencia, fieras discusiones.

En una esquina, frente al ventanal, lideraba el cotarro el poeta Carlos Oroza. Desfilaban por allí bastantes personajes. Hubo una época en que fue asiduo Giménez-Arnau. Qué jodido, siempre provocativo e irreverente. Qué bien lo definió Pilar Eyre, su gran amiga: “Golfo. Crápula. Niño mal de casa bien. Canalla. Mujeriego. Drogadicto. Vividor. Playboy. Gamberro y desalmado”. Y cierto, un escritor mordaz y brillante.

Pero te cuento. Tenía mucha admiración por Oroza y quería hacer un documental sobre su vida y su poesía. El poeta se negaba: “Yo soy un poeta casi clandestino, amo la palabra y no la imagen”. Un día, se montó en el café un follón del carajo. Estaba allí la periodista Nativel Preciado y otro asiduo, el director de cine Gutiérrez Aragón. El cineasta siempre era bienvenido, pagaba todo, incluso el chocolate con churros, quizás la única comida del llamado “poeta maldito”.

Cierto es que a Oroza siempre le gustaban los perfumes. A veces, se iba a El Corte Inglés y se pasaba la tarde probando olores. Aquella tarde, nada más llegar, Jimmy le espetó despectivo: “Qué mal hueles, Carlos, hueles a Varon Dandy, a perfume barato”. Qué mal le sentó la frase al poeta. De un salto, se irguió y lo miró amenazante. Entonces, le escupió: “Si estuviéramos en otro tiempo, ya te estaba diciendo que buscaras padrino para un duelo a primera sangre. Y si tienes cojones, a muerte”.

Vaya alboroto en el café, ni los camareros ni nosotros lográbamos calmar al poeta. Jimmy, que era muy altivo, no se retractó. Hubo un momento en que Carlos, que no pesaría cuarenta kilos, le embiste y le toma por la solapa. Menos mal que estaba allí Nativel, a la que adoraba el poeta. Incluso la inmortalizó en su poema: “Nati, Nativel, vietnamita, sudamita…” Ella abrazó a Oroza y, no sin dificultad, logró apaciguarlo.

Recuerdo a Jimmy. Yo lo describiría como un pícaro, los pícaros que describió Quevedo en “El Buscón”. Tenía muchos enemigos. Siempre arremetía contra Umbral. Siempre un poso de amargura por el alejamiento de su hija. Ya sabes, hermano lector, en los setenta se había casado con Merry Martínez-Bordiú, nieta del general Franco. Se casó a lo grande en el Pazo de Meirás. Qué tío este Jimmy. No se cortó un pelo y le exigió a la revista Hola un millón de pesetas por dejar entrar a los fotógrafos a la boda. Eso marcó un hito. Fue la primera exclusiva de la historia de la alta sociedad de este país.

Cuenta la periodista María Eugenia Yagüe, hija de aquel temible general franquista, la clave de su distanciamiento. Giménez-Arnau logró abrazar a su hija a la salida de su colegio en el Caribe. “Jimmy la abrazó mientras un fotógrafo que se había llevado de España enfocaba la escena para vender la exclusiva”. Jamás se lo perdonaron madre ni hija.

Con todo, Jimmy tenía gran bagaje personal. Había recorrido de la mano de su padre, diplomático, diferentes países del mundo. Obviemos aquel turbio asunto sobre el trapicheo de la cocaína. En aquellos duros años de censura, fue uno de los fundadores de la mordaz revista Hermano Lobo. Reconozcámoslo, era un icono de las tertulias televisivas del corazón. Su libro, “Yo, Jimmy. Mi vida entre los Franco”, es demoledor.

(Después de aquella agresiva tarde en nuestra tertulia liderada por Oroza, Jimmy tardó en volver. Un par de meses después, llegó con una montaña de pasteles. “Mala cosa es el rencor, Carlos. Como en tu verso, ‘dejad que el trigo crezca en las fronteras”. Responde Oroza: “Y de la mente …”)

Jueves, 19 de septiembre

Escribe Alba, la ilustradora de esta serie: “¡Estoy de inauguración!”. Sus creaciones las podrás disfrutar ahí en el centro, en la calle de La Paz, en La Zapatería del Abuelo. Acércate, pues.