Opinión

Los currantes del voto

A apenas mes y medio de las elecciones municipales, los partidos políticos, los de verdad, tienen ya a pleno rendimiento sus respectivas maquinarias. Ultimadas las listas, toca ahora diseñar las campañas para sacarle el máximo provecho a un esfuerzo que los candidatos de cada pueblo o ciudad compartirán con los militantes más activos a la hora de solicitar el voto de sus convecinos. Aunque la campaña dura formalmente solo quince días, van a ser -están siendo- cinco o seis semanas de un trabajo intenso y agotador de contacto directo con la mayor cantidad de gente posible. Se trata sobre todo de dar la cara para ganarse nuevos votantes entre los que dudan o están predispuestos a cambiar de papeleta, pero, ojo, sin descuidar en ningún caso el trato con la clientela fiel, la que nunca falla, la que está siempre ahí,  sin pedir nada a cambio y que, sin embargo, valora y mucho ser escuchada por “los suyos”.

En los tiempos que corren, en la era de internet y las redes sociales, los carteles electorales son casi una reliquia y los mítines, una liturgia con la que todavía hay que cumplir aunque suscita un escaso interés y apenas sirve para otra cosa que no sea insuflar moral en la plana mayor y en la infantería tanto de las fuerzas políticas convencionales como de las plataformas de las que se sirven quienes persisten en el intento de ofrecer una imagen lo más apartidista posible. Ahora bien, sigue funcionando el tradicional reparto de papeletas, acompañadas de folletos resumen de los programas electorales. Un tarea que se continúa haciendo, incluso en grandes urbes, casa por casa por casa, edificio por edificio, en una especie de leve variante de la puerta fría que practican los comerciales.

Las grandes partidos, los alcaldes veteranos y con solera, cuentan con un pequeño ejército de voluntariosos militantes, que son los que de verdad se trabajan el voto, los que ganan las elecciones. Son conocidos y reconocidos por el vecindario con el que conviven. Cuentan con su respeto, entre otras razones, porque suelen estar siempre muy atentos -también después de los procesos electorales- a las inquietudes de la gente a pie de calle y porque se ocupan de transmitírselas a los políticos para que las tengan en cuenta. Más allá de sus intereses partidistas o personales, prestan, por así decirlo, un gran servicio público, básico para el buen funcionamiento del sistema democrático y decisivo para mejorar la valoración que la ciudadanía tiene de la política.

Es de destacar que los currantes del voto, los militantes y activistas de los distintos partidos, no sólo en pequeñas localidades, se conocen entre sí y se respetan. Incluso llegan a tener un cierto grado de complicidad, por encima de las rivalidades y de las diferencias ideológicas, lo cual contribuye a humanizar la política y la acerca a los sectores de ciudadanos que la siguen mirando con recelo. A pesar del desencanto que mermó hasta dejar en mínimos el número de afiliados, las organizaciones políticas siguen contando con ese pequeño grupo de fieles voluntarios que, ya sea por idealismo o por simpatía hacia las ideas y las personas que las encarnan, se entregan con entusiasmo a la labor de captar votantes. Lo preocupante es que esa especie voluntariado de base envejece sin apenas relevo, algo que, bien mirado, a la larga puede ser aún más grave que la falta de aspirantes a líderes de primera línea.

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