Opinión

Eólica marina, ¿la venda antes de la herida?

Es la tormenta perfecta. Primero las restricciones a la pesca de fondo y ahora la eólica marina. La flota pesquera gallega está amenazada de muerte. Por ello a nadie puede extrañar que el sector se haya puesto en pie de guerra para defenderse de lo que califican como “ecocidio” y “pescacidio”. Con esos “palabros” adjetivan el plan del Gobierno que permitiría instalar nueve polígonos con hasta 285 aerogeneradores frente a las costas gallegas donde ahora faenan cientos de barcos que dan de comer a miles de familias y abastecen a una pujante industria conservera. Las cofradías de pescadores dicen no oponerse a la implantación de las energías renovables -menos aún en el actual contexto-, pero exigen que no se sacrifiquen los más de doscientos caladeros que suman Galicia y Asturias, ni se ponga en riesgo la biodiversidad de unos ecosistemas privilegiados, que por sí mismos ya suponen una enorme riqueza que nos conviene preservar. 

El ambientalismo, creen algunos, es una ola que a determinados personajes del peculiar ecosistema comunitario disfrutan surfeando. La prohibición del arrastre, que por ahora es parcial pero puede acabar siendo total, busca favorecer la implantación de los parques eólicos. Eso sospechan los armadores gallegos, a cuya cuya flota las medidas impulsadas por el Comisario Europeo de Pesca les abre una vía de agua que puede mandarlos a pique. O al desgüace, que viene a ser lo mismo. Los detractores de los planes del Gobierno consideran incuestionable que la implantación de parques eólicos en las costas gallegas inevitablemente afectará negativamente a la actividad pesquera. Sus intereses colisionan porque ambos coinciden en el aprovechamiento de la plataforma continental, que en el caso de Galicia es muy pequeña, lo que obliga a que los molinillos offshore tengan que situarse cerca de tierra, con las consecuencias que ello conlleva.

Hay que tenerlo claro, dicen los afectados. Aparte de los costes ambientales y la pérdida masiva de empleos, sin la pesca, la franja marítima puede terminar convertida en un gran parque temático al servicio del ocio y del turismo, actividades que, como la propia industria del viento, difícilmente podrán ofrecer un medio de vida a la mayoría de los habitantes de esas zonas. Va a hacer falta hacer mucha pedagogía para combatir la ola de malestar social que ya se está levantando en la Galicia costera y que puede acabar en fuerte marejada. Lo pronostica la gente del mar, firmemente decidida a dar la batalla contra la proliferación de molinillos (más bien molinazos) de viento en las aguas donde hoy pescan. Conviene tomarse en serio la advertencia porque se trata de un colectivo combativo y aguerrido, que ha dado múltiples muestras de su capacidad de movilización -no en vano fue el músculo de Nunca Máis- y cuyos reparos, por cargados de aparente razón, están obteniendo un rápido y significativo eco tierra adentro. 

Sin embargo, es incuestionable que para Galicia la energía eólica marina constituye una oportunidad extraordinaria, que no puede desaprovechar porque le permitiría convertirse en una potencia energética y en referente mundial para una industria de futuro con un elevado valor añadido y un notable grado de madurez tecnológica. Los polígonos de aerogeneradores flotantes no tienen por qué ser incompatibles con la pesca de bajura o con la preservación del ecosistema marino. Depende de dónde y cómo se instalen. Puede que se esté poniendo la venda antes de la herida. Porque de momento sólo hay intenciones, mapas, un plan. Han de pasar años antes de que empiecen a ejecutarse los proyectos, que se tramitarán uno a uno, con las debidas cautelas. Y, dependiendo del interés de los operadores, no necesariamente se van a ocupar todas las ubicaciones permitidas, por lo que siendo muy comprensible la inquietud, la declaración de guerra resulta como mínimo prematura.

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