Opinión

La gripalización era esto

La pandemia sigue ahí. En los primeros quince días de julio se registraron en España más muertes por covid que en todo el mes de junio, en el que a su vez ya se habían contabilizado mucho mayor número de víctimas que en mayo. Los ingresos hospitalarios no cesan y una parte significativa de los enfermos acaban en cuidados intensivos. Nadie se atreve a dar ni siquiera una estimación del número de gallegos que han resultado infectados en estas últimas semanas. Imposible saberlo. Sin embargo, rara es la familia, la empresa o el círculo de amistades que no ha registrado varios contagios desde principios de verano, cuando se ha recuperado una práctica normalidad en la vida cotidiana, desde la actividad laboral y las relaciones interpersonales hasta los eventos multitudinarios, la mayoría de los cuales originan brotes de infección descontrolados, que no se rastrean ni parecen preocupar. Y a ver qué pasa con la cepa Centauro, cinco veces más transmisible que otras y que en cualquier momento aterrizará en Galicia (lo de aterrizar viene al caso porque es probable que la transmita el o los pasajeros de algún avión).

Estamos en lo que se dio en llamar gripalización del covid. Se trata de no darle al coronavirus más importancia de la que se le suele conceder a las gripes estacionales, ni desde el punto de vista de medidas preventivas, ni en cuanto a la relevancia informativa. Se atenúan las alarmas hasta casi desactivarlas con la pretensión de que la gente del común no se sienta amenazada en su cotidianeidad, por lo menos durante unos meses, en este caso coincidiendo con el verano, la estación en que la diversión se socializa en forma de reencuentros familiares, romerías, festivales, verbenas..., esos acontecimientos que levantan el ánimo de la población y encima devuelven el pulso vital a algunos de los sectores económicos (la cultura, el espectáculo y sobre todo la hostelería y la restauración) que más han padecido las restricciones acarreadas por la pandemia. Desde esa perspectiva, todo aparentan ser ventajas en la desdramatización de la crisis sanitaria aunque sepamos que seguimos teniendo un muy serio problema de salud pública.

Ahora bien, la gripalización es algo que se cuestiona desde ámbitos profesionales y científicos que vinculan esa estrategia a decisiones políticas que priorizan la economía y la vida social frente al combate frontral contra la pandemia. Que el covid sea declarado enfermedad endémica, que desparezcan las mascarillas, que ya no sea obligatorio contabilizar los casos leves, ni se guarden cuarentenas, que se restrinjan las pruebas diagnósticas a población vulnerable y al personal sociosanitario que la atiende, que apenas se exija en ninguna parte el certificado de vacunación no significa que hayamos vencido ni arrinconado al bicho. Que se lo digan a los médicos y enfermeras de los centros de salud, de los PAC o de los hospitales, que lo siguen combatiendo con medios cada vez más escasos y con los elementos en contra. Mediante comunicados públicos, ellos fueron los primeros en advertir que resulta temerario relajar las restricciones y en anunciar que nos esperan una novena, una décima o una undécima oleadas, si persistimos en banalizar los riesgos y no se toman a tiempo las medidas que los expertos recomiendan, aunque supongan una cierta desnormalización, un retroceso.

Los familiares y allegados de los dieciséis gallegos que murieron entre el 13 y el 15 de julio por o con covid son testigos directos de lo que supone el intento de pasar página y dejar atrás, al precio que sea, la pesadilla que nos acompaña desde hace más de dos años. Y les duele por la parte que les toca. El español José Luis Jiménez, catedrático de la Universidad de Colorado y referente mundial en la investigación sobre la transmisión del coronavirus, avisaba allá por el mes de abril que, de entrada, gripalizar la pandemia es ignorar los millones de muertos que ha causado. Minusvalorar la tragedia. Así de claro. Otras eminencias piensan que a la hora de gripalizar el covid hay que asumir como algo irremediable (esto es naturalizar) que dejará como mínimo cuatro mil muertos cada año y que morirán no solo personas mayores y enfermos crónicos o con patologías graves, también gente joven. Y hemos de aceptar que la bola negra le acabará tocando tarde o temprano a alguno o varios de los nuestros, si no a nosotros mismos, algo menos probable si no hubiéramos bajado la guardia con tanta premura, como si nos fuera, o más bien no nos fuera, la vida en ello.

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