Opinión

La preocupante caída de Pardo de Vera

Tenía mando en plaza y capacidad para cumplir los compromisos que adquiría, o eso daba a entende. Y barría para casa sin remilgos. De ahí que el “cese a petición propia” de Isabel Pardo de Vera como número dos del Ministerio de Transportes se haya recibido en Galicia como un auténtico jarro de agua fría. Por ser quien era y por el poder que parecía ostentar, se entiende que su caída, como consecuencia del escándalo de los trenes que no cabían por los túneles, siembre la inquietud y haga cundir la preocupación entre sus correligionarios, los alcaldes de las principales ciudades gallegas y la cúpula del Pesedegá, así como en sectores empresariales, que se las prometían felices con los proyectos que parecía decidida a impulsar. Se trata de un buen número de infraestructuras y servicios, la mayoría pendientes desde hace años, algunos muy ambiciosos y todos ellos estratégicos y vitales para el desarrollo y la cohesión de la comunidad gallega y del Noroeste peninsular.

Era más que una viceministra. La nominalmente secretaria de estado de Transportes, Mobilidad y Agenda Urbana tenía una capacidad de decisión de la que carecen la gran mayoría de sus homólogos en otros ministerios. Pardo de Vera mandaba casi tanto como la propia ministra. Y es que Raquel Sánchez carece del peso político, institucional y orgánico, que tenía su antecesor, José Luis Ábalos, persona de máxima confianza de Pedro Sánchez hasta que cayó en desgracia y con el que la ingeniera lucense ya ocupó cargos relevantes. Su perfil eminentemente técnico no se ajusta a la preferencias del presidente del Gobierno a la hora de entregar las carteras ministeriales del ala socialista, que suelen recaer en personas con carné y larga trayectoria en el PSOE, con acreditada experiencia en cargos públicos, además de fieles “sanchistas”. Por lo visto, a ese nivel lo de la cualificación técnica queda muy en segundo plano. 

Solía quejarse Isabel Pardo de Vera, tanto en público como en privado, de lo mucho que se le exigía desde Galicia, su tierra, por el hecho de ser gallega y pedía paciencia porque no basta con la voluntad política para convertir los proyectos en realidades. Las grandes infraestructuras requieren mucho dinero y largos plazos de ejecución, que las más de las veces atraviesan varios mandatos de distinto color político o tienen que superar cambios de titular en los ministerios, las secretarías de estado o en los órganismos públicos correspondientes. Aún así, ella parecía generar confianza en la medida en que daba la impresión de ostentar una capacidad de decisión -o un ascendiente sobre sus superiores en la cadena de mando- suficiente para poder cumplir la palabra dada. Que se lo pregunten a Abel Caballero, que se apresuró a entregarle la medalla de oro de Vigo.

Nadie cree que, salvo que ella lo decida, la trayectoria pública de Isabel Pardo de Vera haya concluido con su ejemplarizante destitución/dimisión. No hay prisa. A sus 48 años tiene por delante tiempo más que suficiente para purgar discretamente las culpas que le han costado el cargo y, si lo desea, en un plazo prudencial salir del túnel y  retornar a la cúpula de Administración del Estado o hacer carrera en una autonomía. Porque las responsabilidades políticas, máxime cuando se asumen por iniciativa propia, han de tener un plazo de caducidad razonable. No deben inhabilitar para siempre, menos aún no habiendo reproche legal, ni penal, ni administrativo, para la conducta que origina la caída en desgracia o cuando, como en este caso, a uno (o a una) sus jefes le asignan el papel de cabeza de turco. O de cortafuegos.  

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