Opinión

El octavo hombre

Siempre tenemos la tendencia los periodistas a hablar de que empieza una “nueva era” tras cada carrera hacia las urnas. Lo de Cataluña no es, sin embargo, un caso más: este lunes empieza de veras una de esas etapas, últimamente demasiado frecuentes, en las que todo parece dar un vuelco profundo, aunque en ocasiones la cosa pueda acabar volviendo a sus orígenes. Las preguntas que podemos hacernos este lunes son, en todo caso, de calado: ¿desaparece Puigdemont, esa pesadilla, del panorama político catalán y español? Y dos: ¿estamos ante un fortalecimiento o, por el contrario, ante una confirmación del declive de Pedro Sánchez? En resumen: ¿hemos abierto, con las elecciones de este domingo en Cataluña, un nuevo capítulo en el surrealismo político hispano o podemos mirar el futuro con, glub, cierta esperanza? Trato, a continuación, de darle mi respuesta.

De todos los carteles electorales que he visto en mi recorrido por Cataluña, habitualmente con el rostro del candidato sonriente sobre un eslógan insípido debido a la escasa inspiración del jefe de campaña de turno, hubo uno que, sin embargo, llamó mi atención: mostraba una fotografía, tan mala que seguramente estaba forzada con Inteligencia Artificial, de Sánchez y Puigdemont juntos, quizá a la entrada de La Moncloa. Al lado, una sola leyenda: “Detenlos”. La firma de Ciudadanos iba en pequeño, como si este partido anticipase su triste destino en las urnas, pero se hubiese empeñado en dejar un mensaje impactante. Detenlos.

Era como una advertencia: a ver qué votas, no vayas a consolidar una situación de complicidad y de anomalía. Tanta anomalía, digo yo, que este domingo los periódicos catalanes y nacionales publicaron la fotografía de siete de los ocho candidatos principales a la presidencia de la Generalitat. El octavo, acaso el más importante, no estaba en esas fotos que disciplinadamente se habían hecho los otros siete, juntados para la cámara del fotógrafo de turno en ubicaciones más o menos peculiares y significativas. El octavo hombre no podía acompañar a sus siete rivales electorales en el posado conjunto porque estaba, y está, fugado y, si entra en el país, será detenido, procesado y juzgado. Bueno, al menos en teoría, claro, que ya sabe usted cómo están por aquí las cosas.

Pero volvamos a la foto y al eslogan electoral de Ciudadanos, que mostraba sus carteles desdeñando incluir la presencia de su candidato a la Generalitat, Carlos Carrizosa, que obviamente ya sabía que se iba a pegar el gran batacazo que tal vez finiquite de derecho lo que ya está liquidado de hecho: el partido.

‘Detenlos’ puede tener muchos significados, especialmente, por supuesto, en el caso de Puigdemont, el octavo hombre. El mensaje a transmitir, más allá de los juegos de palabras, era, sin embargo, que hay que parar la deriva hacia la que el pacto no suscrito, casi un ‘pacto a palos’ entre el inquilino de La Moncloa y el hasta recientemente residente forzoso en Waterloo, nos está llevando. Claro, cualesquiera que sean mis simpatías políticas y cualquiera que hubiese sido mi voto en el caso de que hubiese podido ejercerlo en Cataluña, es difícil no estar de acuerdo con este provocador eslógan: hay bastantes cosas que están en marcha y que hay que detener, reformar y cambiar. Cambiar a fondo, no en un sentido lampedusiano, como tantos cambios que nos anuncian en los programas electorales.

Solamente la desaparición política de alguien tan dañino para el Estado como Puigdemont, el fin de la alianza -ya digo que aborrecida por ambos, pero así están las cosas- con el jefe del Gobierno central, que es como un pasaporte para la supervivencia de Sánchez, podría detener esta deriva. No sé si los resultados electorales de este domingo, insuficientemente analizados cuando escribo este comentario, servirán plenamente para reconducir este tren que, por esta vía, amenaza con llevarnos al precipicio. De momento, sí, parece que este 13 de mayo y siguientes van a ser el pórtico de muchas sorpresas, no todas, intuyo, desagradables.

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