Opinión

La democracia según Artur Mas

Si no fuera porque hay leyes que no se cumplen e incluso que se desafían por el principal representante del Estado en Cataluña, el discurso de los independentistas que comienza siempre por la palabra democracia, en el sentido de hacer lo que decida la mayoría con abstracción del resto de condicionantes que también impone las formas democráticas, parece inapelable. Y como si de un juicio se tratara, Artur Mas y los integrantes de Junts pel Sí consideran que la carga de la prueba de los males que se ciernen sobre a una Cataluña independiente corresponde a aquellos que se oponen a la secesión, porque ellos no ven ninguno.

Cuando se les hace notar que quedarían fuera de la Unión Europea y del euro, su argumento es que no existe ningún artículo en los tratados constituyentes que amparen esa decisión de dejar fuera del club a una nación y a un pueblo europeista, que es más numeroso que alguno de los Estados que componen Los 28 y que sería una de las principales economía de la UE. Puede que lleven razón, pero por encima del detalle está la norma general que protege la estabilidad de las fronteras en países plenamente democráticos como es el caso y que fija el mecanismo de ingreso para nuevos socios. No lo reconoce de forma explícita pero Artur Mas sabe que, si llegara el caso, durante unos años Cataluña estará fuera de Europa. Pero a los independentistas no les preocupa lo que ocurra en el presente, ante el bien superior de la independencia en el futuro.

Democráticamente, los independentistas se aferran al discurso de las mayoría parlamentarias que son con las que se gobierna en todos los países y niegan que se requiera mayorías reforzadas para un empeño que más de la mitad de los catalanes no apoyan con su voto. Tan convencidos están de su triunfo que ya ni siquiera recurren a contraponer legalidad democrática con la legitimidad de su aspiración. Para ellos la legalidad emana ya del mandato de los manifestantes de la Diada.

Item más ante la evidencia de que su propuesta puede contar con la mayoría de escaños pero no con la mayoría de votos, Artur Mas lanza un segundo desafío con visos de pureza democrática: si hay que contar votos autorícese un referéndum como Dios manda y cuéntense. Pero lo hace a sabiendas de que nadie aprobará la celebración de una consulta popular semejante, y porque nadie se fía de que no hiciera otra demostración de su astucia. Y más cuando los últimos sondeos demuestran que los partidarios de la independencia se deslizan por una suave pendiente y pueden recoger una menor cosecha en escaños con respecto a la legislatura que ha terminado. La independencia de cualquier pueblo es un proceso de largo aliento como para resolverlo por una exigua mayoría democrática.

Artur Mas ha convertido otro instrumento de la democracia como el diálogo en una falacia, aunque en este aspecto haya tenido ayuda por parte de Rajoy, pero no puede argüir que se esforzado en hacerlo llegar a buen puerto cuando presentaba trágalas y se ha hecho experto y víctima del todo o nada.

Sea cual sea el resultado se avecinan turbulencias que se podrían resolver con un acuerdo democrático. Pero a estas alturas, la palabra ya no tiene el mismo significado para los independentistas que para el resto.

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