Opinión

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El Viejo Milenario cumple hoy el primer milenio; son mil los artículos publicados a lo largo de 21 años de colaboración con el diario La Región. En su conjunto representan el reflejo de su pensamiento, de sus experiencias vitales, son una síntesis de sus vivencias, una descarga ideológica en función de los estímulos percibidos a lo largo de toda la vida, una catarsis del espíritu que le permite conectar con otras personas que luchan por no ser esclavas del pensamiento único. Algunos artículos parecen contradictorios, sin embargo todos tienen un nexo de unión: dejar constancia de haber vivido superando la angustia de la muerte. Es difícil resumir en unas líneas la ideología y el conocimiento que amparan los textos publicados; muchos corresponden a situaciones concretas derivadas de espectaculares noticias que marcan los acontecimientos del día a día; en otros, el Viejo Milenario trata de constatar hechos históricos profundamente condicionados por los 40 años de la dictadura del general Franco. Pero en todos ellos hay un compromiso con la libertad, la democracia y la lucha contra el capitalismo consumista, que destruye la civilización y la biodiversidad. Es consciente de que la vida de cualquier ser humano necesitaría millones de páginas y sería imposible incluir todos los sentimientos, pasiones, angustias y frustraciones y por eso  el Viejo Milenario quiere agradecer a aquellos que le han ayudado a superar sus limitaciones, aconsejándole y aportando su crítica constructiva; especialmente a sus hijos Gonzalo, Yibela y Yeabsera, también a sus amigos Camilo Modesto y Alberto Fidalgo… y a todos los lectores que los sábados dedican unos minutos de su preciado tiempo a compartir los análisis del Viejo Milenario.

 Todo empezó cuando su madre, en periodos de vacaciones, le enviaba al aula de preescolar a preguntar a los párvulos que se iniciaban en la lectura la lección de cada día. Se incorporó pronto a la profesión de maestro: le faltaba un mes para cumplir los 19 años cuando llegó el primer destino: la escuela unitaria de Villarino, en Pereiro de Aguiar. Después vinieron Astariz en Castrelo de Miño, la Escuela de Prácticas en Ourense, su destierro en Laredo, su aterrizaje en Abavides y su anclaje definitivo en Xinzo de Limia y, siempre que pudo, colaborando con el colegio Sueiro en Ourense, que regentaba su madre. Organizando en todos sus destinos actividades complementarias fuera del horario escolar. Hoy recuerda con satisfacción los años en que ejerció su profesión de docente, en los que priorizó la formación de alumnos que mantuvieran el espíritu crítico y accediesen al conocimiento en busca de la libertad que los hiciese personas felices. Trató de que sus alumnos fuesen discípulos en el anhelo de luchar por un mundo mejor, enseñando a pensar respetando el pensamiento ajeno. En la actualidad, ya jubilado, le satisface el saludo de antiguos alumnos que no olvidan que fue un profesor que les ayudó a encontrar el camino para alcanzar la libertad. 

El Viejo Milenario recuerda haber leído “Diario de viaje de un filósofo”, de Conde Hermann Keyserling, en el que el autor afirmaba: “A las almas rígidas invariables de nada puede el mundo servirles, una vez que han llegado a la edad adulta ; cuanto más ven, cuanto más viven y experimentan, tanto más superficiales se tornan, porque con órganos cortados para percibir una sola y determinada sección de la realidad, quieren rendir tributo de Justicia a otras muchas, y así, necesariamente obtienen falsas impresiones; lo mejor que pueden hacer los hombres de este tipo es permanecer quietos en su esfera…” 

Conclusión: para lograr la libertad exterior hay que haber alcanzado la libertad interior.

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