Opinión

El miedo y el yo

Quién no ha tenido miedo en su infancia? ¿Quién no ha sentido la presencia de un ser extraño en su habitación en las noches de invierno? ¿Quién no ha temido al infierno después del sermón de un moralista dominico?

Año 1962, 31 de enero; muere en su casa de Ourense un insigne profesor tras larga y dolorosa enfermedad. Seis meses después, la empleada de hogar acompaña a tres de los nietos del difunto a la casa que la familia poseía en una aldea de Pontevedra. El mayor tiene 14 años, le sigue una hermana de 10 años y la más joven que tiene únicamente 3. Como siempre, son acogidos cariñosamente por los vecinos, que no dudan en contarles que la noche en que murió el abuelo, una luz iluminó el dormitorio donde este descansaba cuando se desplazaba en los veranos huyendo del calor sofocante de Ourense. Los más viejos les hablan de la Santa Compaña y relatan la muerte de vecinos que vieron a la fantasmal procesión, aconsejándoles que se acuesten antes de anochecer. Los niños del pueblo añaden más detalles, lo que acentúa el miedo de los “urbanitas”. La casa carecía de luz eléctrica, de agua corriente y de servicios higiénicos. Las palmatorias con velas de cera eran el único medio de tener luz. Las niñas compartían dormitorio con la empleada del hogar, mientras que el adolescente dormía solo en la habitación de su abuelo. Poco después de apagar la vela, el joven percibió un ligero ruido en la mesilla de noche donde había dejado las gafas, su corazón palpitaba furiosamente, el ruido aumentaba en intensidad hasta que las gafas cayeron al suelo, un sudor frío empapaba su frente y un grito desgarrador salió de su garganta… El joven fue toda su vida esclavo del miedo.

 Año 1936, Ourense, Montealegre. Un joven profesor militante de A.T.E.O. y miembro del Partido Comunista escucha escondido en un zarzal las pisadas de los falangistas que siguen su rastro para detenerlo y asesinarlo. Alejadas las voces, mesa su cabello y este se desprende de la piel y le queda en las manos, el pánico cobra su arancel. La huida del terror lo condena a 30 años de emparedamiento voluntario en la vivienda de sus tíos.

Año 33 (?), Cristo suda sangre hasta correrle por tierra ante la agonía que le produce el destino de su muerte. “Padre, si es posible, aparta de mi este cáliz”. El terror se ceba en sus entrañas. “¿Padre por qué me has abandonado?”. La angustia de Dios hecho hombre.

 El miedo es universal, connatural al ser humano que desde que nace teme a la oscuridad, al ruido, a lo desconocido. De adultos las personas siguen teniendo miedo de todo aquello que amenaza su calidad de vida: al dolor, a la enfermedad al desempleo, al hambre, a los animales, a otros humanos, a las desgracias de sus seres queridos y sobre todo a la muerte.

El Viejo Milenario, consciente de su temporalidad, leyó el libro del astrónomo Camilo Flammarion “La muerte”. El autor afirma que en gran número de casos las apariciones de difuntos no son intencionales, el muerto no se manifiesta directamente sobre el espectador continuando vagamente ciertos hábitos, anda errante por lugares que ha vivido y siempre próximo a su sepulcro; pero en cualquier caso son apreciaciones nuestras. El espiritismo se ha reforzado con la opinión de seudocientíficos que han Introducido definiciones y análisis científicos en temas escatológicos. El mismo autor, en su libro “Después de la muerte”, relata numerosos casos de intervención de difuntos en acontecimientos que afectaron a sus familiares más próximos. 

¿Y tú, a qué le tienes miedo? 

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