Opinión

Esclavitud neoliberal

El Señor dijo a Moisés: “El que mate a palos a un esclavo o esclava será severamente castigado. Pero no será castigado si sobreviven un día o dos, porque son propiedad suya” ( Éx. 21, 20).

He visto, en compañía de mis hijas, la película dirigida por Steeve Mc Queen “12 años de esclavitud”. Este filme está basado en la autobiografía de Salomón Northup, y narra con crudeza el mundo de la esclavitud. Mis hijas estaban aterrorizadas por la brutalidad ejercida por los esclavistas y la impunidad de sus crímenes. Pero lo que más les llamó la atención era la religiosidad de alguno de ellos y sus lecturas dominicales del libro sagrado de la cristiandad. No podían comprender que se justificase la más pura maldad amparados en textos bíblicos. Cuando traté de explicarles la hipocresía del ser humano y su ambición infinita, expresaron su incomprensión por el respaldo legal a la esclavitud de otro ser humano, y preguntaron: “¿Sigue sucediendo hoy?”

La esclavitud teóricamente está prohibida, pero millones de seres humanos, hombres, mujeres y niños, siguen esclavizados para el enriquecimiento de cientos de desalmados que directa e indirectamente se lucran de los beneficios que se generan. En la actualidad se han modificado las formas, se han adaptado las leyes, se ha suprimido el látigo y, en general, se han erradicado los castigos físicos; pero la realidad es que muchos “escupen sangre para que otros vivan mejor”. El sistema esclavista ha sido sustituido por un capitalismo salvaje y amoral, controlado por un sistema financiero poderoso y despiadado que no duda en producir tristeza y desamparo en función del beneficio generado. El miedo sigue amordazando a la sociedad, y cuando ésta se organiza para introducir cambios que reequilibren el reparto de la riqueza, el sistema tiene recursos diabólicos que se ponen en marcha anulando las posibilidades de cambio.

La amoralidad del sistema impregna las conciencias y transforma las voluntades. Fuerzas políticas, sindicales o sociales funcionan contradiciendo sus principios programáticos, vendiéndose por las migajas del banquete. Creencias que no les importa la degradación moral, si a cambio mantienen sus cuotas de influencia. La mentira se instala en la información, con la complacencia de los sumisos. La vigilancia sobre la privacidad genera una inseguridad que produce patologías colectivas y miedos hacia todos lo que nos hace vulnerables a los ojos del poder.

La cultura del éxito se convierte en procedimiento para enfrentar al individuo con su entorno y consigo mismo, anulando la conciencia y destruyendo el “nosotros”. Lo que facilita el control sobre la colectividad de los sicarios del poder.

Comprendo que el impacto emocional de la película en mis hijas haya sido brutal (una de ellas no pudo soportar los latigazos que el amo aplicó a la joven Patsey y abandonó la sala). Observar los efectos de la maldad, al servicio de la economía de los poderosos, se hace difícil de aceptar, y aún más si está amparado por la moral dominante. Pero, a pesar de todo, es necesario saber que el mal existe y se extiende en las mentes dominadas por el culto al dinero. Tenemos la obligación de recuperar la confianza en la ética como vacuna contra la corrupción que el neoliberalismo está extendiendo en la sociedad moderna y que nos retrotrae a épocas que creíamos superadas por la historia.

Pero los adoradores del mal ignoran que “la tensión del alma en la infelicidad, es lo que le inculca su fortaleza, su inventiva y valentía en el soportar, perseverar, interpretar, aprovechar la desgracia, así como toda la profundidad , misterio, argucia y grandeza”

(“Más allá del bien y el mal”, Friedrich Nietzsche).

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