Opinión

Lucha de verbos

Año 1958. Ourense. Academia General. Hoy va a haber “lucha de verbos”, preparaos para la victoria, tenemos que demostrar que las niñas somos superiores a los niños. Así se expresaba “Currusca”, una chiquilla de 10 años considerada por sus profesoras como la más inteligente del curso y lideresa incuestionable del equipo femenino. La directora del colegio organizaba mensualmente una confrontación de sabiduría verbal entre las clases de los niños y la de las niñas. Las preguntas las hacían los contendientes buscando las más difíciles para que se produjera el fallo del adversario y puntuara su clase… 

-Pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo del verbo cavar… -preguntó con timidez el joven Miguel, jaleado por sus compañeros de aula-.

La respuesta de “Currusca” no se hizo esperar.

-Yo hubiera o hubiese cavado. Tú hubieras o hubieses cavado. Él hubiera o hubiese cavado…

Punto de victoria para el equipo femenino; la calificación de “Currusca”: “suprema”; la calificación de Miguel: “mejor que regular”. Como casi siempre, las niñas obtenían mejores resultados que el sexo fuerte (?).

En una sociedad patriarcal donde la mujer tenía asignada la función de atender el hogar sometida a la voluntad del hombre, su rol era ser madre abnegada, obediente esposa y la más vejatoria de las funciones difundida sin pudor alguno por un anuncio de una marca prestigiosa de bebidas alcohólicas: ser el “descanso del guerrero”. Se consideraba una anomalía que las niñas manifestasen una inteligencia igual o superior a la de los niños. Lo que hoy se vive en países como Afganistán, Arabia Saudí, Irán… y en la gran mayoría de los estados africanos sucedió en la España sometida a la Dictadura. Qué lejos nos parece hoy el sistema educativo que orientaba a la mujer para la vida en el hogar como esposa perfecta. El prototipo de la mujer española lo determinaba el pacto entre el integrismo religioso de la Iglesia tridentina y el fascismo del régimen franquista. El nacionalcatolicismo establecía que la mujer debía ir convenientemente vestida, con mangas largas, sin escotes, faldas que no superaran las rodillas, tenía prohibido llevar pantalones, nunca debían salir solas y menos de noche. Se les impidió practicar deporte si no era en locales de acceso únicamente a féminas y lo más humillante era que no podían disponer de sus bienes si no contaban con la autorización expresa de sus maridos. 

Era pues sorprendente que en la Academia General, dirigida por una mujer, con un claustro de profesoras sin presencia masculina, se propugnara la igualdad de sexos en todos los aspectos, procurando destacar la capacidad de abstracción de las alumnas y su manifiesta superioridad en inteligencia emocional. El Viejo Milenario recuerda a su madre dirigiendo el centro, sin menoscabo de sus obligaciones familiares, todo ello con mano firme y autoridad moral. Sin duda supo conciliar su vida profesional con su vida familiar, contando con la inestimable ayuda de su madre y de la tía Julia.

La “lucha de verbos” es una de las semillas que fructificó en un terreno minado por la supremacía de los vencedores de la Guerra Civil; sus herederos siguen socavando la igualdad de género porque para ellos la mujer es únicamente un objeto al servicio del hombre. El Viejo Milenario sigue sin entender la controversia de la ley de “solo sí es sí”, quizá porque no se conjugó en una lucha de verbos.

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