Opinión

Nadie gana, todos perdemos

No han aprendido, no han sabido escuchar lo que el pueblo ha manifestado en las urnas, no ha sido un SI o un NO; ha sido un aviso sobre la incertidumbre que se cierne sobre la sociedad catalana y el futuro de España. Ha sido una llamada al entendimiento, al diálogo, a un nuevo consenso que resuelva la dicotomía en que se encuentra Cataluña. Se ha sembrado miedo sobre las emociones y este abono está haciendo germinar un odio ya conocido, desgraciadamente, en la reciente historia de Europa. A la ambición de Mas se opone la inoperancia interesada de Rajoy; al nacionalismo catalán se contrapone el nacionalismo españolista. Desde el Gobierno del Estado se provoca y alimenta el fanatismo intransigente de los nacionalistas catalanes. La ineptitud en la gestión se complementa con la instrumentalización de la ley. Este no es el camino para resolver el problema, que va empeorando progresivamente hasta llegar a una ruptura que, de seguir así, se nos antoja irreversible. El último grave error es la imputación a Mas, que lo convierte en la víctima necesaria para las aspiraciones independentistas. 

En las elecciones del 27 de septiembre nadie ha ganado; Junts pel Si ha perdido nueve diputados respecto a las elecciones de 2012 y se queda a seis de la mayoría absoluta; el PSC pierde cuatro diputados y, aunque ha evitado una debacle, continúa en la sangría de reducción de votos y escaños; Catalunya Si que es Pot pierde dos diputados respecto a los apoyos que había obtenido ICV-EuiA, lo que daña gravemente las aspiraciones de Pablo Iglesias en las próximas elecciones generales; el PP sufre una derrota memorable fruto de su falta de respuesta a la crisis territorial; la CUP y Ciutadans, aparentes triunfadores, están condicionados por su coherencia programática y por el pragmatismo del momento. Todo es confuso, derecha e izquierda mezclados en una coctelera agitada por la ambición de unos ineptos; nacionalistas capitalistas aliados con republicanos izquierdistas; títeres elevados a la condición de líderes mientras hombres de la talla de Durán son derrotados a pesar de su sensatez. 

Hoy, más que nunca, es imprescindible recuperar el clima de consenso que hizo posible el pacto constitucional del año 78; no se pueden mantener discursos que han sido superados por los acontecimientos de los últimos meses. La confrontación sistemática entre los representantes de los dos gobiernos no soluciona el problema. El canto de victoria después de la fractura democrática y territorial solo satisface a los que viven y alientan las pasiones como inherentes a su razón de ser. Las ideologías que se asientan en los símbolos son esclavas de lo superfluo, mientras los pueblos sufren en la esperanza. La singularidad de las culturas no debe quedar empañada por el totalitarismo que supone la supremacía sobre las demás.

Hemos asistido perplejos a debates artificiales y/o trasnochados que esconden estrategias perversas de la ambición de desaprensivos líderes que solo aspiran a mantenerse en el poder. No me atrevo a calificar de criminales las tácticas electorales basadas en la utilización de las masas para confundir las mentes, pero cuando menos son engañosas y provocadoras. Artur Mas y sus secuaces han mentido, han tergiversado la historia y han alentado la confrontación; Mariano Rajoy ha amenazado, ha utilizado el miedo y sido incapaz de dar un solo argumento a favor del diálogo (lo más sólido que le he escuchado es que “un vaso es un vaso y un plato es un plato”, profundo pensamiento). Los demás han entrado en el baile de España y Cataluña olvidándose de los seres humanos que habitan en ambos territorios. 

¡No! nadie ha ganado, la semilla del odio sigue germinando en los corazones, mientras el país se orienta hacia la senda de la incertidumbre. ¡Cuán necesario se hace el cambio de Gobierno, para que alumbre una nueva España que garantice la paz, el diálogo y armonía entre los pueblos que la configuran!

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