Opinión

Pócima letal

Un poco de ego, bastante fanatismo, una buena dosis de integrismo, aderezado con gotas de poder; todo mezclado en un ambiente propicio, servido en copas de irracionalidad y tenemos la pócima ideal para desencadenar odio, violencia, muerte y destrucción. Hay alquimistas expertos en la elaboración de este veneno y lo ofrecen siempre para conseguir beneficios cuantiosos. Desvían la atención hacia trivialidades, mientras acumulan riquezas y poder para que nadie interfiera en su diabólica programación.

Primero hay que propiciar en las masas el sentimiento victimista necesario para sembrar la mentira histórica que justifique el banquete de la intolerancia; luego, una vez empapados de dolor y melancolía, se ofrece la medicina que alivie el mal causado. Más tarde se movilizan las multitudes para conseguir desarrollar sentimientos endogámicos que compartan el destino histórico de la revancha por los agravios sufridos desde el inicio de los tiempos. Como colofón, se encumbra al héroe victorioso que guiará los destinos de los ofendidos melancólicos hacía un mundo mejor.

No importa usar la mentira, azuzar el rencor, fomentar el terror, manipular las mentes, amenazar con grandes males o romper la concordia. ¡El objetivo lo justifica todo! Pero para llevar a cabo la estrategia tan sutilmente elaborada es necesario contar con ejércitos de enfervorecidos combatientes; los unos, de abolengo indiscutible; los más, de conversos interesados; algunos, de estipendio mercenario, y unos pocos, desertores de banderas sin futuro.

Hambre, empobrecimiento y deterioro en los servicios, son privaciones necesarias. Contundencia en el discurso, crispación en el gesto, mirada penetrante, firmeza, intransigencia y ciertas dosis de aparente resignación ante las masas domesticadas; cualidades necesarias del aspirante a líder.

Pero, ¿quién sirve la pócima? ¡Algo extraño sucede!, los proveedores son sorprendentemente los adversarios a combatir que se entremezclan con siervos de la insurgencia. Una alianza incomprensible para el observador imparcial, pero lógica para el avezado analista. ¿Quién gana en este extraño banquete? Los comensales beben el mismo brebaje independientemente del color de su bandera. El imperio se resquebraja, los pedestales no sostienen las imágenes veneradas. El caos se escenifica en los preliminares de las pequeñas escaramuzas. El espectáculo está servido.

Pronto vendrá el invierno, el trono está vacío, la conspiración alimenta las ansias de poder y en este instante yo pregunto ¿por qué? ¿Acaso es necesario para sobrevivir el sentirse víctima?, ¿es imprescindible el “otro” como adversario?, ¿en bonanza económica sucedería lo mismo?, ¿por qué se permite elaborar tan venenoso brebaje? Preguntas sin respuesta porque su obviedad lo hace innecesario.

Termino con una frase de Tullulah Bankhead, artista norteamericana de efímera fama: “Si viviera otra vez, cometería los mismos errores… sólo que más deprisa”. ¿Será Artur Mas la reencarnación de Pau Clarís, presidente de la Generalitat que proclamó la República Catalana en 1640 con funestas consecuencias? ¡Tal vez!

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