Opinión

Prisas

No puedo pararme, tengo vez en la peluquería! ¡Lo siento ahora no te puedo escuchar, se me hace tarde para hacer la compra! ¡Imposible atenderte, ya llego tarde al médico! ¡Nos vemos mañana, ahora tengo que recoger a las niñas en el colegio!… Prisa, todos tenemos prisa, vivimos en una sociedad con un ritmo estresante donde el tiempo que se dedica a una conversación relajada y enriquecedora es cada vez más escaso. La pobreza social que eso genera es de unas consecuencias difíciles de evaluar, pero se empieza a extender una patología que yo definiría como “soledad compartida”. El ser humano “moderno” no comparte sus pensamientos, emociones, sentimientos, problemas y dudas porque tiene miedo a quedar desnudo ante un entorno adverso, del que desconfía y del que desea protegerse huyendo en una vorágine sin horizonte. 

 Se lee poco porque no hay con quien compartir las impresiones de lo leído. Se incrementan los actos violentos porque deseamos aparentar fuerza y crueldad que nos haga temibles ante un medio que consideramos hostil. Despreciamos al erudito, al filósofo, al maestro, al sabio…porque nos producen sentimientos de inferioridad por nuestra limitación cognitiva. Drogas, alcohol, desenfreno, barbarie, violencia, mucha violencia, pornografía…, en el fondo prisa por alcanzar una felicidad que se escapa, que no fluye en nuestro destino. Dinero, objetivo fundamental de nuestra vida, porque da seguridad, poder y superioridad. 

El niño desea ser joven, el joven desea ser adulto, el adulto no quiere ser viejo y el viejo lamenta no haber sido niño. Cada etapa de nuestra evolución personal no se disfruta con la intensidad del ahora, nunca nos aceptamos porque somos identidades perdidas. En un escenario de apariencias hay prisa por vivir, las nuevas experiencias no se disfrutan con la intensidad que las grava en el equipaje de los recuerdos; pronto se olvidan y se buscan otras nuevas en una carrera sin fin. 

La cocina de la “abuela” se convierte en una leyenda; los recuerdos de los “papás” no interesan a la prole; una buena película se sustituye por una serie de infinitos capítulos; los problemas económicos se solventan con un crédito impagable; la falta de amor se resuelve con una agresión a la parte más débil, normalmente a la mujer; las frustraciones se lavan con alcohol; las grandes dudas las resuelve el psiquiatra; la desmotivación académica conlleva visita al psicólogo; el fracaso en los estudios, la culpa del profesorado.

¡Deprisa! ¡Deprisa! Ancianos a los cuarenta, biorritmos alterados, ilusiones perdidas, urbanitas cementados, fotofobias vampíricas, personalidades bipolares, conductas inescrutables…

El nonagenario campesino conecta con el cosmos en el ocaso de su existencia, su energía se ha agotado en un largo ciclo de serenas vivencias. El joven viejo urbanita también ha consumido su energía en un corto ciclo de tormentosas frustraciones. 

¿Hacía dónde vamos? Nadie lo sabe; pero se va tan deprisa que la humanidad se está mareando.

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