Opinión

Purgas

Cuenta la leyenda que Ramiro II, rey de Aragón, mantenía varias disputas con destacados nobles que cuestionaban sus derechos a la Corona. Preocupado, el rey fue a pedir consejo a su antiguo abad, y éste, sin decir palabra, se puso a podar los rosales del huerto. El monarca comprendió el mensaje y de vuelta a Huesca mandó llamar a los nobles con la disculpa de enseñarles la más grande campana jamás construida, y cuando estuvieron presentes ordenó que uno a uno fuesen decapitados. Este hecho se conoce como la Campana de Huesca, y en realidad fue una gran purga de aquellos que suponían un peligro para el rey y su dinastía. 

A lo largo de la historia ha habido grandes purgas que han costado la vida a millones de personas, fundamentalmente de aquellas que suponían un peligro para el dictador de turno. La sola sospecha de discrepancia suponía ser eliminado o, en el mejor de los casos, desterrado a perpetuidad. Fueron los regímenes totalitarios los que utilizaron este sistema para excluir cualquier atisbo de disconformidad con el líder absoluto; está exclusión violenta se aplicaba con mayor rigor a los que pertenecían al entorno del poder e incluso a los más próximos al dictador. Son de destacar por su virulencia y crueldad las purgas llevadas a cabo durante la Revolución Francesa; las purgas de Stalin, las de Mao, las hitlerianas, las de Pol Pot, las de Primo de Rivera, las de Franco, las de Salazar, las de MacCarthy (incruenta pero tan sibilina como las de la derecha gallega)… y en la actualidad las del joven y sanguinario Kim-Jong-un o las del siniestro Tayyip Erdogan.

 Pero el uso de las purgas para eliminar a potenciales enemigos no es exclusivo de grandes dictadores o de sistemas totalitarios. Existen aprendices de inquisidores que no dudan en utilizar cualquier procedimiento para excluir a sus adversarios de la toma de decisiones. En democracia se hace utilizando perversamente los resquicios que la normativa no contempla y que desde el “poder” se aplica en sentido sesgado. La actual gestora surgida del bochornoso espectáculo del Comité Federal del PSOE que dio lugar a la dimisión de Pedro Sánchez, se está atribuyendo poderes ejecutivos que aplica con rigurosidad contra sus críticos en un intento de anular las disidencias y de convertir la organización en un apéndice de los intereses de la “nobleza” del partido. Es grotesco y fuera de lugar amenazar a los socialistas catalanes con la ruptura con sus compañeros del resto del Estado; o de mantener, como si fueran delincuentes, a los diputados que han votado NO bajo la amenaza de fuertes sanciones. Lo peor de todo es que la cultura de purga se está trasladando a todos los niveles del partido y haciendo tragar aceite de ricino a toda la militancia.

 Hay algunos que creen que las organizaciones políticas están a su servicio y sirven a sus intereses personales, y para conseguirlo están dispuestos a purgar a quien sea. Y mientras esto sucede, el divorcio entre urnas y progreso social se acrecienta cada vez más, para satisfacción de los emuladores de los magnos demagogos que justifican las grandes purgas cuando estas no les afectan a ellos, olvidándose de que “abierta la veda, todos son potenciales piezas”. La historia está llena de ejemplos -Robespierre (jefe de la facción más radical de los jacobinos), Genrij Yagoda (jefe de la policía secreta soviética NKVD del 34 al 36), Bela Kum (dirigente húngaro ajusticiado en Moscú en 1939), Jang Song- thaek (número 2 del régimen norcoreano y tío del actual líder Kin Jong-un), Ernst Röhm (cofundador y comandante de las SA) o Lim Biao (colaborador íntimo de Mao Zedong)- todos ellos muertos en purgas que habían ayudado a crear. Son algunos ejemplos de que, liberada la bestia, nadie está seguro. 

Espero que Susana Díaz entienda el mensaje y no se convierta en nueva víctima de Abrahán, ya quedan pocos corderos que sacrificar y a la campana le faltan cabezas.

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