Opinión

El señuelo y el genocida

Cualquier ser humano puede leer, escuchar, observar, pensar o meditar indefinidamente sin atentar por ello contra la libertad de otros humanos que gocen de los mismos derechos. Esa es una de las razones por las que el Viejo Milenario formula un análisis capcioso de posibles causas de la invasión de Ucrania por el Ejército ruso, en la creencia de que al hacerlo está profundizando en la libertad de pensamiento y por lo tanto en la esencia de la democracia.

Hay una pregunta cuya respuesta determina las causas principales del conflicto bélico que, teóricamente, no beneficia a nadie y destruye la credibilidad del Estado ruso y sobre todo de su dirigente, el autócrata Vladimir Putin, convertido en criminal de guerra por la carnicería de su hermanos de raza: ¿quién planificó una guerra que supone la derrota de Rusia y su fractura en múltiples kanatos con inmensas riquezas en materias primas sin explotar? 

La Federación Rusa, con una densidad de población de nueve habitantes por kilómetro cuadrado, se convierte en el destino ideal de millones de inmigrantes que buscan un futuro mejor que el que les ofrece sus masificados países, una vez que las fronteras de Rusia sean permeables por tener un ejército desmoralizado y una población sin cohesión social. Por otra parte: China, Japón, India, Pakistán, Bangladés, Indonesia, Turquía… son países densamente poblados con su espacio vital reducido, por lo que necesitan expandirse hacia el norte aprovechando el cambio climático que afecta a Siberia, convirtiéndola en El Dorado del siglo XXI. Paralelamente, las grandes multinacionales desembarcarán para explotar las riquezas del decadente imperio ruso. 

Consciente de su aislamiento, Rusia ha buscado la integración en Europa fortaleciendo las relaciones económicas con la UE. Solo así podría competir con China y EEUU, los cuales monopolizan la economía mundial. Pero su sistema político dominado por una oligarquía corrupta dificulta cualquier tratado estable con las garantías suficientes para su cumplimiento. Europa, siguiendo los deseos de su aliado y protector americano, apostó por el aislamiento de Rusia en la seguridad de que su debilidad económica le forzaría a aceptar las condiciones que se le impusiesen. Pero el neocapitalismo de las multinacionales tiene prisa y necesita controlar los mercados, aumentando exponencialmente sus beneficios, y por ello no duda en sacrificar víctimas inocentes para cazar al oso y así repartirse su preciada piel, aunque haya que utilizar señuelos para atraer su atención. Inexplicablemente el genocida cayó en la trampa: su crueldad, su angustia, su debilidad, su ambición y su desesperación empujan a Vladimir Putin a una vergonzosa derrota, a pesar de ganar la guerra. Después de haber destruido ciudades, comunicaciones, fuentes de energía y asesinado a miles de civiles, entre ellos a centenares de niños. Numancia y/o Sagunto han tenido en Ucrania su réplica histórica; un líder mediático, convertido en Guzmán el Bueno, ha colaborado inconscientemente (o mesiánicamente convencido) con los que utilizaron a su pueblo como cebo expiatorio para destruir al émulo de Stalin, instigador del Holodomor sufrido por Ucrania en los años treinta del siglo pasado.

El Viejo Milenario termina haciendo las siguientes preguntas que ponen en tela de juicio la postura hipócrita de la OTAN: ¿por qué no ha intervenido como hizo contra los serbios en las sucesivas guerras de los Balcanes donde no se había agredido a ningún país perteneciente a la Alianza?, ¿por qué no protegió a los serbios de Krajina masacrados por los croatas? Todos son marionetas de una guerra concebida para seguir la expoliación del planeta que nació siendo un Edén y acabará siendo el Averno. 

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