Opinión

La tía Julia y la Presley

Siendo un joven de 18 años aspirante a escritor, Vargas Llosa se enamoró locamente de su atractiva tía Julia, diez años mayor que él. Ambos trataron de ocultar su apasionado amor, pues temían desatar las iras de su familia, ya que ella era una mujer separada, con mucha experiencia y que se había desplazado a la capital del Perú en busca de un buen partido que le permitiera disfrutar de la vida en los ambientes más selectos de Lima. Mario Vargas describe magistralmente la historia de un amor imposible en su novela autobiográfica “La tía Julia y el escribidor”. 

Para el Viejo Milenario hay un personaje que gana protagonismo en la novela de Llosa por su singularidad y su entusiasmo en crear guiones a una velocidad creativa superior a la de Lope de Vega. Este raro escribidor respondía al nombre de Pedro Camacho, introvertido, extravagante, radical, imperativo y antisociable; era explotado por empresarios que compraban sus relatos para los seriales radiofónicos que absorbían el cerebro de miles de oyentes, enganchados a los misterios magistralmente elaborados emulando a Napoleón Bonaparte, emperador que con su locuacidad agotaba a una docena de escribientes incapaces de seguir su rumbo. La personalidad del gnomo escribidor esconde la crítica malévola de “Marito” hacia su gran adversario, que compite con él con manifiesta superioridad, el colombiano Nobel de Literatura, García Márquez. Ambos son escritores de una extraordinaria calidad, y su rivalidad no mengua la importancia de su aportación a la Literatura Universal. 

 Mario Vargas Llosa ha buscado ansiosamente fuera de sí la felicidad y el placer, sin importarle el daño que podía hacer a las personas que utilizaba para satisfacer su irrefrenable protagonismo. No dejó de hacer todo lo imposible para seducir a la tía Julia hasta desposarla en contra de todos; pero una vez conseguido el trofeo, este pierde todo su encanto y la abandona después de ocho años de matrimonio para contraer nuevas nupcias con su prima carnal Patricia Llosa Urquidi, con quien convivió 50 años. La despechada tía Julia escribió un libro sobre la personalidad de su antiguo amor titulado “Lo que Varguitas no dijo”, definiendo los ocho años de matrimonio con la frase: “Pozo de basura, mentiras y engaños”.  

La busca irrefrenable de placer y la decadencia intelectual de un anciano le hace caer en el ridículo de su postrera relación. Abandona su matrimonio con Patricia y cae en las redes de la seductora Isabel Presley, coleccionista de matrimonios de figuras señeras proyectadas al mundo de la farándula. La nueva pareja pone de manifiesto su incompatibilidad y rompe a los siete años su tormentosa relación. La frase del nobel resume su postrero error: “Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí”. Dramático reconocimiento de un error, otros lo hacen a 215 km por hora disimulando su falta de ejemplaridad. 

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