Haz el amor y no la guerra

Publicado: 11 may 2024 - 23:23

JUEVES, 9 DE MAYO

Pensaba que esta generación de nativos digitales estaba anestesiada y cobardica. Qué va. Primero en las universidades americanas y ahora en las europeas, los estudiantes plantan cara por las barbaridades en Palestina y la guerra sin cuartel en Ucrania.

Ojalá estemos en un nuevo Mayo del 68. Aquella fue la revolución de mi generación en aquel mayo en que casi arde París. Las universidades cerraron sus puertas. Un millón de parisinos protestaron en las calles de la Ciudad de la Luz. Entonces, ardía Vietnam y los jóvenes americanos quemaban las hojas de reclutamiento. Fueron ciento cuarenta y ocho días hermosos. Tiempos de la revolución sexual, de lucha contra el imperialismo, contra la enseñanza autoritaria, contra el puritanismo y la moral rigorista, por los derechos civiles…

No fue un triunfo revolucionario pero sí transformó ideas y valores morales. Los grafitis cubrían París: “La imaginación al poder”. En las paredes de La Sorbona: “Cuanto más hago la revolución, más ganas tengo de hacer el amor”. Ojalá prenda de nuevo ese grito rebelde.

VIERNES, 10 DE MAYO

Por tradición, estuve en las calles el día de los Mayos. Cierto, los Mayos están en el inconsciente colectivo, sobre todo de los verinenses. Pero te cuento. Escuché a los cantores desde sus humildes carrozas con cierta melancolía y desasosiego. Cierto que hubo algunos divertidos y con cierto halo de provocación. Pero, hermano lector, la cultura de la inmediatez y la urgencia hizo mella en los protagonistas. En general fue todo muy light. No fueron muy atrevidos, como era de esperar, en desenmascarar a los cabrones y tiranos que nos mandan.

Los esperaba más transgresores, más heterodoxos, más deslenguados. Pero son malos tiempos. La censura y autocensura golpean a esta sociedad tan pacata. No olvidemos que los Mayos desenmascaran el fanatismo. Sentí nostalgia. Qué light todo.

Venga, venga, has de ser eso tan infame que llaman políticamente correcto. No hay nada peor que la autocensura, que no es otra cosa que el miedo incrustado a escribir con libertad.

Inevitablemente, vinieron a mi mente los Mayos que allá a principios de la década de los sesenta escribía y cantaba un personaje lamentablemente un poco olvidado. Hablo de Gómez Pato. Lo veo ahora enjuto, bigote intenso y su mirada un poco doliente, siempre sagaz y reflexiva. Siempre al lado de los desfavorecidos. Con frecuencia, se atrevía a decir lo que otros callan. Recuerde el amigo lector que eran tiempos del general ferrolano. El profesor y documentalista Plácido Romero lo investigó a fondo en su trabajo ‘Petiscos de Pato’. Dice él: “Supuxo un luminoso alivio naquela sociedade, vencida e escura. O seu remedio foi a risa, o humor intelixente e crítico, a emotividade e a sorpresa. / Non era un intelectual nin un político. Por iso non ten un lugar entre os ilustres. Pero si no corazón de quen queremos recuperalo”.

Yo lo recuerdo de niño, cada mayo allí estaba Pato, dentro de su caparazón de hojas y flores. Con su voz penetrante arremetía contra las autoridades que siempre lo marginaron. Sacaba los colores a quienes nos mandaban. Nunca se amilanó. De espíritu intrépido y versos a veces pendencieros. Una multitud alrededor. Dramaturgo, recuerdo ver conmovido en el cine Buenos Aires de Verín su obra ‘Os dous irmáns’. Allí está la Galicia dolorida y la herida de la emigración. Muchos recordarán aquella noche en que él y sus hijos, Lislé y Ram, embelesaron al público en la mítica sala Auria.

Personaje polifacético, incluso fue el corresponsal más querido de este periódico en sus tres años de crónicas satíricas y llenas de retranca, allá en 1963.

Se había criado en la calle Santo Domingo, donde aprendió su oficio de joyero. Como humorista, cautivaba al público; a veces hablando en ‘castrapo’ en una ironía a los que denigraban la lengua gallega. Humanamente hablando, cómo te diría, protegió como pudo aquel caserón, un asilo donde las monjas daban cobijo a los ancianos más vulnerables de la comarca. Vaya fiesta que se armó cuando él apareció con una televisión en aquellos tiempos de blanco y negro.

(Pero esta historia tiene un lado romántico. Verídico. Llegó Gómez Pato a Verín a comienzos de los desolados años cincuenta. Dudó en instalarse allí. Sucedió que acudió a casa de un carpintero para arreglar su local. Llamó y abrió la puerta Victoria, una joven de ojos inmensos. No hubo más, decidió: “Mi patria son sus ojos”).

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