Opinión

Cartas Galicia-Madrid: "El séquito de su persona" y "La cabra, el cabreo y el fisioterapeuta"

Querido compadre Quero:

Pedro Sánchez ha dicho una verdad y no puedo estar más desconcertado. Es cierto que su retórica es confusa y que su intención es hostil, pero, aunque sea en palabras de otros, lo ha dicho: “Quien dice que el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos, también nos está diciendo que las soluciones están mejor en el bolsillo de los ciudadanos”. ¡En efecto, presidente! Eso es exactamente lo que decimos. Tal cual. Que queremos que el Gobierno saque sus sucias manos de nuestros bolsillos y que, más que pedirle al Gobierno que nos resuelva problemas, nos sentiríamos razonablemente satisfechos si dejara de causarlos; esto incluye la inflación, el precio de la energía, la amenaza del apagón invernal, las miles de regulaciones reiterativas en todos los ámbitos, y la vergüenza ajena que sentimos cada vez que la mitad del Consejo de Ministros decide abrir la boca.

El presidente, a quien he visto en el desfile con el rostro sospechosamente hinchado y rejuvenecido, intentaba desprestigiar a quienes quieren “un Estado débil”, en sus propias palabras, pero en todo caso ha dado en el clavo sin querer. Después ha vuelto por sus fueros diciendo que aquí no hay “infierno fiscal” –ja, ja, ja- y que el único “infierno” es tener que “hipotecarse” para “pagar una operación”. Dadas las recientes habladurías, tal vez Sánchez debería aclarar si se refiere a una operación de bótox o de cualquier otro tipo, que no es lo mismo. Y, en todo caso, la demagogia limita con el humor, que a Sánchez le hablas de la pasta que dilapida en la sala de juegos de la Irene Montero y te contesta -haciéndose el loco- que los impuestos son para pagar operaciones. Ajá. 

Esta semana Galicia está asediada por las nieblas, mágico y fotogénico fenómeno meteorológico que dispara en mí todo tipo de dolores, reumas, y alergias, y me pone de un carácter maravilloso. Quizá por eso el nuevo AVE directo entre Ourense y Alicante ha registrado más de mil pasajeros al día, en lo que parece un éxodo gallego en busca de los últimos rayos de sol del verano, que aquí, sospecho, ya son historia. Ahora que lo pienso, compadre, 4 horas y 56 minutos de Galicia a Alicante nos permite quedar allí de un día para otro a comernos uno de esos arrocitos que alegran el alma. Te recojo en Madrid. Lleva billetera.

Sin salir de Galicia, se ha hecho viral en los últimos días –lo habrás visto- el video del séquito de Sánchez en el aeropuerto de La Coruña. Grabado desde un ventanal del aeropuerto, invita a contar los vehículos oficiales que acompañan al presidente: uno, dos, tres, cuatro, cinco… y así hasta veinte, incluyendo coches, motos, furgonetas y autobuses. Su llegada causó gran sobrevuelo en la pista, porque tras ver el despliegue, muchos testigos esperaban que descendiese del coche Napoleón abrazado a Elvis Presley. Pero no: era Su Persona, que es más fantasma que Casper y el de la ópera juntos.

Quizá por eso -y aunque ya sabes que no soy nada propenso a los circos en las instituciones- ha resultado tan divertido ver la cara de Sánchez este miércoles cuando los 52 diputados de Vox le han devuelto su lamentable desplante al rey Felipe VI en el desfile de las Fuerzas Armadas, entrando en el hemiciclo dos minutos después de que comenzara la intervención del presidente; al divisar al pelotón de diputados entrando en fila como hormigas con puntual retraso, Sánchez se ha sentido obligado a detener su soflama y ha exhibido la más forzada de las sonrisas mientras sus señorías se iban acomodando. Vox tiene razón en esto, y se ha dado cuenta mucho antes que el resto de la oposición: a un personaje tan grotesco y de formas tan chuscas, no se le puede tomar en serio.

Querido compadre Itxu:

Resuenan aún los ecos del desfile del 12 de octubre en Madrid. El acto cumplió las expectativas. Hay escenas tradicionales que se repiten sistemáticamente, como el paracaidista que se lía o los presidentes autonómicos ausentes, que son solo españoles cuando hay que trincar del presupuesto de España. A tales costumbres se suman otras: los pitos a Sánchez al llegar, los aplausos a la cabra al pasar y los abucheos a Sánchez al marchar. La cabra y el cabreo en un mismo acto. Así somos en este país cuando nos proponemos sintetizar conceptos. Competir por el cariño de la gente con una cabra y salir trasquilado no debe de ser agradable. No se me ocurren otras similitudes entre la cabra y el presidente más allá de que la cabra da lana y el presidente se la lleva. Más aún ahora que se ha subido el sueldo. Vamos, que la cabra es más feliz cuanto más pasta y el presidente, cuanta más pasta. La vida plantea temibles coincidencias, rotas cuando una gran parte de los ciudadanos parece preferir al frente del Gobierno al mamífero testarudo. A la cabra, me refiero.

Mucho se ha hablado del retraso de Sánchez, como si éste fuese una novedad. Un individuo incapaz de admitir la comisión de un error, un sujeto tan cercano a la perfección divina, jamás reconocerá que llegó tarde. Más bien creerá que el Jefe del Estado llegó demasiado pronto.

De todo esto se ha hablado y se habla. Y me parece injusto porque al centrar el debate en estas anécdotas se nos olvida el papel fundamental de un personaje imprescindible para el desarrollo de la celebración, el profesional que más trabaja ese día, para cuya labor reivindico un reconocimiento especial. Me refiero, evidentemente, al fisioterapeuta. Sin este abnegado especialista, el Día de la Hispanidad no sería igual. El fisioterapeuta atendió en esa jornada la tortícolis aguda de quienes contemplaron cómo la patrulla Águila surcaba el cielo de Madrid. En el caso del alcalde, la lesión de cuello se produjo por seguir todo el desfile, pues cualquier cosa que suceda a más de 50 centímetros del suelo le obliga a mirar arriba.

Pero el trabajo del sanitario se extendió más allá del Paseo de la Castellana. En el Palacio de Oriente hubo de tratar la luxación de muñeca de los reyes, obligados a estrechar las manos de 2.500 invitados. El fisio fue requerido también en las cocinas palaciegas para encargarse de las articulaciones del cocinero. Puedes imaginar el  esfuerzo de bolear croquetas para tanta gente. En muchos corrillos fue necesaria su intervención para curar las lenguas herniadas por comentarios e intrigas. Y cuando el pobre pensaba que su trabajo había acabado, se vio obligado a encargarse del esguince de ego de Sánchez, herido por el desafecto de la gente. Y ahí sí que desfallece hasta el fisioterapeuta más tenaz. Cuando a ese ego no lo curan los masajes de los ministros, las friegas de medios de comunicación afines y las caricias de un partido ergonómico amoldado a la medida de su figura… la lesión puede calificarse de pronóstico grave. La contractura de un ego tan musculoso y desarrollado requiere un tratamiento extenuante para el encargado de administrarlo. Le compadezco. Que le suban el sueldo. Si es funcionario, lo tiene hecho. Si es autónomo, no tiene nada que hacer.

En fin compadre, tan afectado como estoy por la mísera suerte del fisioterapeuta, no me queda más que esperar que pongas fecha a nuestra próxima excursión en el AVE Ourense-Alicante con la esperanza de que el saludable clima levantino nos resulte reponedor. Y, si te parece, nos llevamos con nosotros al fisioterapeuta, que buena falta le harán unas vacaciones.

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