Opinión

Un gallego en Madrid

JaVier Quero - Un gallego en Madrid

Querido compadre Itxu:

No sé allí, pero aquí el clima está más frío que el abrazo de una suegra. Te escribo estas líneas, en el inicio invernal de esta primavera, aterido y pegadito a la estufa. Hace tanto frío que estoy pensando incluso en encenderla. No lo he hecho aún por miedo a la factura de la luz. La cosa en casa está así: ayer abrí el frigorífico y desde su interior un pollo me suplicó que volviese a cerrar porque entraba frío.

Esta semana, termómetros aparte, en Madrid los protagonistas han sido un ucraniano y un gallego. El primero reclama menos abrazos y más balas. El segundo demanda menos balas y más abrazos. Zelensky habla de Ucrania. Feijoo, de España. Cree el nuevo líder popular que es momento de olvidar malos recuerdos y alcanzar buenos acuerdos. De ahí su convicción de llegar a un pacto con el presidente del Gobierno.

Hay quienes afean a Feijoo que ejerza de gallego. No es que con ello tengan un interés especial en que un gallego ejerza de manchego, por ejemplo. No es eso. Para entenderlo mejor, querido Itxu, trataré de explicarte lo que en Madrid entienden por “ejercer de gallego”. Se trata de una actitud de ni frío ni calor, ni sí ni no sino todo lo contrario, de la famosa escalera en la que los gallegos debéis de pasaros la vida mientras el resto de la Humanidad observa esperando desentrañar el misterio de si estáis subiendo o estáis bajando. Por cierto, la próxima vez que te visite tienes que mostrarme esa escalera que no sé dónde la escondéis. Eso sí, te ruego te abstengas de subirla o de bajarla porque podemos pasarnos así todo el día y yo, cuando voy a Galicia, disfruto más tomando unas copas de Albariño que contemplando absorto una escalera.

Imagino que algo así debió de ocurrir en la reunión entre Sánchez y Feijoo. Tres horas. El resumen: un acercamiento. ¿Tres horas para un acercamiento? ¿Pero a qué velocidad se acercan estos señores? 180 minutos para aproximar posturas. 10.800 segundos para un arrimón. Tres horas equivalen a la digestión de un cocido, a la duración de una superproducción de Hollywood, a una pausa publicitaria en Antena tres.

Bien, querido Itxu, pues ni en ese tiempo Feijoo logró convencer a Sánchez de que no estaría mal bajar los impuestos. Claro, que tal propósito es similar al de intentar convertir en vegano a un tigre de bengala. Sólo hay una cosa que a un sanchista le guste más que un puesto: un impuesto. Y a juicio del inquilino de la Moncloa hay que seguir manteniendo un gasto público que no necesitamos con un dinero que no tenemos.

Asegura Feijoo que lo suyo será una oposición propositiva. Está bien que en el PP empiecen por interesarse en el significado de tal palabra. Me refiero a la palabra oposición. Y también al término “propositiva”, que según he consultado es atributo de personas que asumen una actitud analítica, evalúan críticamente los sucesos, generan soluciones a los problemas y piensan alternativas para actuar en consecuencia. Como ves, algo distinto a la política de Sánchez, caracterizada por tener un problema para cada solución.

Tres horas de ni bien ni mal, ni frío ni calor, ni sí ni no sino todo lo contrario. Tres horas tan cordiales como inútiles. Llegados a este punto, ya empiezo a pensar que el “gallego” en Madrid no es Feijoo sino Sánchez, pero no un gallego nativo, sino ese “gallego” de quien nunca sabes si sube o baja, si afirma o niega, si es leal o traidor. Y no, no es gallego. Es madrileño. Se llama Pedro Sánchez. Hagan la prueba, pónganle una escalera a mano. Ocupará su posición media y ahí permanecerá inmóvil y se hará fuerte. Ahora sólo falta ver quién se presta a sostenerle la escalera para que no caiga.

Itxu Díaz - Café, copa y puro

Querido compadre Quero:

Te diré algo. De todos los mitos absurdos que cargamos en el lomo los gallegos, no hay ninguno más estúpido que el de la escalera en la que no sabemos si subir o bajar. No tengo ni idea de cuál será la última moda en Madrid, pero te aseguro que hace siglos que los gallegos utilizamos el ascensor; es una especie de ataúd que sube y baja, tiene un montón de botoncitos con números, y frasecitas ingeniosas rascadas con llave en la chapa, del tipo “aquí estuvo Manolo”, que siempre aparece otro pasajero aburrido que completa: “pos tócame el bolo”, que para eso estamos los vecinos poetas.

Supongo que Feijóo ha ido a verse con Sánchez solo para decir al salir: “os lo dije, este tipo es como una ventanita del Windows: no a todo”. Para ponerlo en evidencia. Pero retratar a Sánchez habría sido una idea ingeniosa hace tres o cuatro años, antes de que ya lo conociera toda España. Feijóo, como quien dice, acaba de llegar a la fiesta, pero debe comprender que en su ausencia los demás hemos estado ahí, que todo esto ya ocurrió, que no queda un solo español no abducido por los marcianos que no sepa que Sánchez es el tipo más incompetente que ha pisado La Moncloa y, sin lugar a dudas, el más embustero.

A propósito. He visto mucho revuelo en Twitter porque un pasajero fotografió a Feijóo viajando en avión de Madrid a Galicia, ocupando un humilde asiento de clase turista al fondo de la nave. “Como uno más”, decía un tuitero. “¡Esto es honradez, nada de Falcon!”, decía otro. A ver. Está bien el nuevo liderazgo del PP, pero hay que contener un poco el entusiasmo, que a mí lo que realmente me resultaría inquietante es que un líder de la oposición viajara en Falcon.

De todos modos, he decidido apagar el despertador de la política y vestirme de cofrade. Con la belleza, la tradición, y el fervor que asoma en cada esquina de nuestra España en estos días, me parece una grosería cartearnos sobre las cosas del legislar y del trincar. Aunque supongo que al final todo es lo mismo, porque nada evoca más el Via Crucis que un buen Consejo de Ministros, el Calvario es sin duda llegar a fin de mes con este Gobierno, y los de Hacienda siempre terminan haciendo bueno al mal ladrón.

Este año voy a quedarme en La Coruña –que es así como aún la llama Paco Vázquez y los socialistas de bien- durante las santas vacaciones, y planeo darme un chapuzón de procesiones ferrolanas, y besar las alfombras florales de los barrios de los pequeños puertos de mar, y escuchar el repiqueteo de os caladiños por las calles empedradas y anochecidas, bien hondo sonando el Miserere.

Lo bonito de España, nuestra inmensa riqueza, es que, cuando el griterío político se acalla por vacaciones, surge una y otra vez el fervor sincero de lo sencillo, la tradición, las gentes de aquí y allá que se echan a la calle a cumplir con las rutinas de fe del calendario, portan sus santos sobre los hombros, devotos ellos y ellas, cocinan sus postres tradicionales, hacen sonar sus tambores y lo enseñan a los nietos como también ellos lo aprendieron de los que ya no están, y murmuran alguna oración, entre el silencio y la reverencia, con la mirada alzada hacia el paso de la larguísima imagen del Nazareno, recortada en el cielo añil.

Supongo que en el fondo, compadre, cada vez soy más como aquel Foxá ya crepuscular: “Todas las revoluciones”, nos dijo, “han tenido como lema una trilogía: libertad, igualdad, fraternidad fue de la Revolución francesa; en mis años mozos yo me adherí a la trilogía falangista que hablaba de patria, pan y justicia. Ahora, instalado en mi madurez, proclamo otra: café, copa y puro”.

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