Opinión

CANCIONES PARA SOBRELLEVARNOS

El jueves un conocido político presentaba sus memorias en Madrid. Por eso decidí ir. Ir a la fiesta de la revista Rolling Stone, por supuesto. No creo que haya nada más importante que la música. Y en caso de que lo haya, con toda seguridad, no es la política. Llegué tarde a la gala en la que la conocida revista entrega sus premios anuales. La culpa fue de Joel Dalmao, extraordinario creativo, amigo y jefe a la vez en The Objective. Ir con Joel a cualquier sitio es garantía de llegar tarde. Cuando un tipo impuntual como yo se junta con uno al que le divierte llegar tarde a cualquier cita, el resultado es imprevisible. Lo increíble es que hayamos llegado. Y no sólo por el retraso, sino porque antes de venir al lugar donde nos habíamos citado, Joel tomó la extraña decisión de salir a oscuras de la redacción y naturalmente se partió la cabeza con la puerta de la entrada. A veces pienso que esa puerta medio abierta está pensada para aligerar la plantilla del periódico de una forma natural.


Todas las redacciones que conozco tienen algún punto negro. En Castellana 36 había unas puertas de seguridad de cristal que apodamos 'la guillotina', porque estaban situadas a la peor altura posible, y solían cerrarse repentinamente en el momento más doloroso. Al coronel Segarra todavía le duele el huevámen por quedarse entre Pinto y Valdemoro y recibir el golpe mortal. El suelo de la Cope, por ejemplo, invita al traspiés. En la Ser de La Coruña, si quieres, te puedes machacar varias costillas arrojándote por las escaleras. Y algunas puertas de La Razón parece que van a abrirse pero no, no se abren. En la redacción de The Objective no hay puertas. Hay puerta. Una sola. La de la entrada. Y a oscuras tiene más peligro que un mono con dos pistolas.


Así que a la gala de la Rolling Stone que tuve que ir acompañado de un inmenso chichón. Supongo que debajo de él estaba mi amigo, pero no podría demostrarlo. A partir del golpe, todo fue mejor. Y eso que las fiestas musicales suelen ser un espanto. Todo lleno de músicos. La mayor parte de los artistas, como la mayor parte de los periodistas, son gente a la que adoras hasta que los conoces. Pero es que el jueves el viento soplaba a favor. Estaban Leiva, Josu García, los hermanos Ferreiro, Ramón Arroyo, Quique González, Christina Rosenvinge, y muchos más. Buenos músicos, pero buena gente. Es la primera vez que voy a una de estas fiestas y no me roban la cartera. Eso lo dice todo. Así que aprovecho la ocasión que me brinda el final de párrafo para felicitar a lwa organización, porque tanto Rolling Stone como Kapital cuidaron hasta el más mínimo detalle.


Loquillo y Nieves Álvarez, genial pareja de presentadores. Un gallego, Iván Ferreiro, merecido triunfador de la noche. Y el gran Quique González, el otro triunfador de la velada. Reconocimiento a los 40 años de carrera de Rosendo, alma del rock en español. Y premio también a la gira de Ariel Rot, Leiva y Loquillo. Galardones, en fin, felices. Por eso al terminar nos fuimos todos a comer perdices.


A Joel lo perdí por el camino pero a cambio me encontré a César Pop, que además de teclista de Pereza y extraordinario músico, es un buen amigo. No he pasado aún ninguna juerga musical aburrida en su presencia. Rodeado de las estrellas de la música española tenía la extraña sensación de no poder respirar bien entre tanto talento. Los miraba, picoteaba en las conversaciones, y pensaba al fin, dónde narices estará el cuarto de baño. Después volvía a alzar la mirada al bar, y comprendía así que toda esa gente cargada de sensibilidad tiene una parte de verdad en el corazón. Les debemos muchos trocitos de felicidad. Les debemos muchas explicaciones simples de las cosas complejas. Que las cosas de la vida a veces sólo se entienden con una buena canción sonando de fondo.


Hay una extraña complicidad entre músicos y periodistas. Tal vez porque ambos sectores atraviesan crisis, y las dificultades unen. Tal vez porque escribir columnas en un periódico sea a veces lo más parecido a romper las cuerdas de una guitarra. O quizá sencillamente porque coincidimos en las mismas barras y a las mismas horas. Seguramente es esto, pero mi obligación es desmentirlo tajantemente: los músicos no salen de copas jamás. Son las copas las que salen a ver a los músicos. Y ahí estamos los periodistas, profesionales, entregados y abstemios, esperando agazapados para contarlo en primera persona. Hay que ir siempre a las fuentes. Hay que ir a las fuentes y coger siempre dos canapés de cada vez.


Charlando con unos y otros comprendí muchas cosas. Pero era tarde, tenía sueño, y creo que las he olvidado todas. Todas menos una: no deberíamos pasar por alto la capacidad de la música para cohesionar, inmersos como estamos en años atribulados, donde todo nos divide, y donde toda idea sectaria y excluyente encuentra su feliz acomodo.


Acostumbran los periodistas a pedir el carnet de militancia a todo el mundo. Antes de estrechar una mano solemos mirar el sello que lleva en el trasero nuestro interlocutor, para saber si es de la los nuestros o no. Yo en realidad nunca he sabido quienes son los nuestros. Y además, no estoy seguro de que los nuestros sean los míos. De lo único que estoy seguro es de que 'El dormilón' de Iván Ferreiro es una gran canción. Aunque el premio se lo haya llevado 'Pájaro azul', en donde el artista canta así: 'Ni un paso atrás, la libertad se esconde en la música'.


Es posible que la música sea consecuencia de la libertad y no al revés. Pero lo indudable es que amansa a las fieras. Y España es hoy un gran zoológico. Así que, por favor, cojan esa guitarra y hagan que las canciones sobrevuelen las ideas, al menos durante unas horas. No se trata de la cursilería esa de querer cambiar el mundo con la música. Se trata de soportarlo mejor hoy. Y de sobrellevarnos.

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