Opinión

Los analfabetos digitales

Ya escribí alguna vez de Arturo: trabajó en la mejor librería de Barcelona. Organizó las presentaciones de los mejores autores; aconsejó el libro exacto a diferentes generaciones. Fue íntimo de García Márquez en los años que vivió en Cataluña. El colombiano acostumbraba a decirle: “Tú no me vendes el libro, es el libro el que tiene una cita secreta conmigo”.

Al fin, dejó la gran ciudad y regresó, machadiano, “ligero de equipaje”, a la aldea donde creció bajo la luz del candíl de carburo. La inevitable “Enciclopedia Álvarez”. La calefacción natural de las bestias en la cuadra.

El maestro rural que le puso entre las manos el Quijote y le empujó a amar la literatura. Ay, con qué avidez buscó entre sus páginas alguna victoria del caballero andante. Nunca sucedió. Alguna lágrima resbaló por su rostro de niño.

Pero te cuento. Encontré a Arturo en un garito de la ciudad. Noté mucha tristeza en sus ojos. “¿Sabes?, llegó mi hijo a verme y a darme un sablazo. Pues bien, en los cinco días que estuvo conmigo no levantó los ojos del móvil. Ingenuamente, le acerqué un libro, precisamente 'D. Quijote de la Mancha'. Me miró como a un bicho raro. Como a un ser antediluviano. Vamos, me sentí como un hijo del 68, ya momificado”.

Fíjate, se permitió aconsejarme: “Ya es hora, haz un 'vaciado' en tu cabeza. El papel ha muerto y me parece bien. ¿Sabes cuántos árboles hay que talar para que un libro llegue a tus manos?”

Mi amigo pide otro gin-tonic: “Me desarmó por momentos. ¿Qué voy a hacer con mis libros que dejé allá en Barcelona? Ah, los ejemplares que adquirí en librerías de viejo. Cierto, las universidades y las grandes bibliotecas se niegan a aceptar incluso las más preciadas colecciones.”

Me sorprendió ver a Arturo tan derrotado. Vamos, cualquier día coge el revólver que guarda en su mesilla. Decidí tomar la defensa de nuestra generación, hija de Gutenberg. Le espeté: “No te preocupes, el móvil es el grillete de la nueva esclavitud, 'la marca de la bestia', vivimos tiempos cibernéticos”.

Arturo ríe. “Me hablas como un esnob de aquellos años. Brindemos por nuestro ordenador troglodítico. Asumámoslo, pertenecemos a los nuevos parias, los analfabetos digitales.”



(La pizarra en la escuela en la aldea; la plumilla y el tintero; el primer bolígrafo; la primera estilográfica “Parker 51”; la Oliveti Lettera 22; el puñetero primer ordenador. Qué largo el camino. Hoy, la máquina que piensa escupe confusión. Nadie al ordenador podrá escribir, por ejemplo: “Moriré en París y en aguacero”.)

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