Opinión

Dólares hechizados

Nació un martes de Carnaval. Al igual que nombraron a D. Quijote caballero, “Naranjo”, el loco de Lalín, lo llamó un día, puso una lata en su hombro y le dijo: “Dejáras de ser barbero, de ahora en adelante serás pintor y te llamaras 'Laxeiro”.

Estos días de Carnaval lo hemos recordado con alegría. Vivió la vida como un Entroido, sin interrupción. Sus cuadros son un carnaval, un conjuro y un círculo de meigas sanadoras.

Conocí a Laxeiro en los 70, allá al fondo, en su mesa del café Gijón. Los cafés siempre fueron su guarida. En aquellos años, el pintor Antón Llamazares, Carlos Oroz Ayun servidor, hacíamos recitales poéticos con poemas del último. Laxeiro, siempre generoso y solidario, nos dibujó unos “feiticeiros” y “demos” para el escenario.

Siempre me alucinó su arrebatada personalidad. Sentado en el café, foulard extendido, su aura ensombrecía a todos los que estábamos allí. Cómo te diría... te invitaba a ser fuerte y libre hasta morir.

En las tertulias se ponían a caldo unos a otros. Era como una competición: a ver quien es el que mejor habla
mal de los amigos. Laxeiro fue una excepción. A su lado podías oír una guajira o escucharle de cuando fue barbero, y la primera feria que asistió en una aldea de Lalín: “El paisano se sentó en una silla desvencijada, primero lo afeité y después le corté el pelo. Te juro que fue verdad. El paisano se miró en un pequeño espejo y, de pronto, me agarró por la solapa y medio unas buenas hostias”. Cuba. Allá se fue con trece años. Cuenta Neira Vilas, el pintor tuvo como íntimo amigo a un negrito de cintura de avispa y hombros de acero, nada menos que “Kid Chocolate”. Con los años llegó a ser campeón del mundo de pesos plumas. Allí aprendió a vivir la vida como una fiesta, dibujando las mulatas de cintura cimbreante. Cuenta Neiras que el pequeño Laxeiro llegaba a casa con el bolsillo lleno de billetes. Lo cierto es que los negros de alguna secta dejaban bajo un árbol frondoso dos dolares atados a unas palomas degolladas. El los recogía por las noches. Enterada su madre, se enfadó y se llenó de miedo. Le prohibió volver al árbol temerosa de que les rondasen los males.

Jose Otero Abeledo, “Laxeiro”, fue un hombre que iluminó lo ordinario. En Argentina conoció a los exiliados españoles. Los distínguía por su mirada huidiza, su caminar lento por la plaza Primero de Mayo y la vaga esperanza de la caída del general ferrolano. Allí toco la gaita y alcanzó la gloria.

(Ah, Lala, su compañera y aliada. Había nacido en Chamberí, en una corrala en el corazón de Madrid. Gustaba de contar que había visto caminar por el foro a los anarquistas de la CNT en una ciudad en llamas. Le enseñó al pintor los cantos guerreros del “No pasarán”.

Los dos están enterrados en Botos. Este martes de carnaval sona- rá un aire de gaita: “La mujer del gaitero/ tiene fortuna/ porque tiene dos gaitas/ y las otras una”).

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