Opinión

Miedo impreciso

Cuando llegue septiembre…”. ¿Recuerdas la canción? La vida se va echando leches, hermano. Y aquí estoy, con buena disposición. Ojalá las musas soplen sobre mí para conmoverte.

Te cuento. Fin de semana en Madrid. Ah, la ciudad ya no es la que amé. Camino por la vieja calle Fuencarral adelante, entre la multitud ‘lobotomizada’. Hay que joderse: llegó el tiempo en que atesorar libros es una variante del ‘síndrome de Diógenes’.

Estoy en la Glorieta de Bilbao, una lágrima asoma en mi mejilla: el viejo Café Comercial, el de toda la vida, tiene las puertas clausuradas. Ah, corrían los 70; en sus mesas de mármol hablamos de la abolición del dinero, del amor libre y hasta de incendiar los registros de la propiedad.

Las cristaleras están llenas de poemas de despedida. Alguien escribió: “Carmena, salva este lugar santo”.

Sacudo la cabeza. Me niego a la nostalgia. Camino rápido, como ‘Aquiles, el de los pies ligeros’; un miedo impreciso me persigue. Bajo hacia la plaza del Dos de Mayo, otro lugar querido. Centelleantes recuerdos me acosan. Aquí nació el ‘underground’ madrileño, yonkis, heavys, punkies y los primeros colores de la movida.

Me siento en el viejo chiringuito de la plaza. Pido vodka, calienta el alma y desaloja los malos huéspedes de la mente.

Pero no. Aquí está la punzada de la nostalgia. Son los 80 y veo nítido el Café Comercial. Ahí entra el viejo profesor Tierno Galván, viene con una ‘panda’ de chicos con imperdibles en la mejilla. Dialoga con ellos en su ‘argot’, como un colega más.

Muy cerca: barba descuidada, traje de los años 50, ojos eléctricos, solitario; está sentado el escritor Sánchez Ferlosio. Parece recitar aquella cita de Cervantes: “Paciencia y barajar”.

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