Opinión

Todos somos Barbie y Ken, ¡o no!

Hay pocos juguetes tan desconcertantes como Barbie. Comercializada entre madres para hijas, origen de eslóganes de protesta (“No soy tu Barbie”), imagen de rubia tonta (¿recuerdan aquello de “La clase de matemáticas es difícil”?) y hasta catalizador de trastornos alimentarios. Pero Barbie también ha sido abogada, pilota, astronauta y presidenta. Nunca se ha casado, vive sola y no tiene hijos.

El estreno de la película de Greta Gerwig está siendo todo un éxito de público y por paradójico que resulte, una película sobre la muñeca más estereotipada del mundo pretende romper estereotipos y desde luego está generando debates desde perspectivas estéticas y éticas. 

Para quienes no la hayan visto, Barbie vive feliz en el mundo perfecto de Barbie Land, basado en el “matriarcado”, donde los puestos más sobresalientes los ocupan solo mujeres. Hay una presidenta, juezas, los premios Nobel son mujeres. Los hombres de ese mundo, los Ken, son irrelevantes. 

La historia tiene un giro cuando la protagonista comienza a tener “imperfecciones”: piensa en la muerte, no puede caminar sobre la punta del pie y le aparece celulitis. La solución está en viajar al mundo real, porque esas imperfecciones parece que son culpa de su dueña humana que le ha transmitido sus padecimientos e inquietudes. Allí todo es distinto, las mujeres no son autónomas ni gobiernan, están constantemente en tensión, son agredidas, los hombres las miran lascivamente y hasta les dicen cosas por la calle, incluso cuando uno se propasa con ella esta le abofetea pero acaba detenida.

Visita Mattel, la empresa que la ha fabricado, y allí se da cuenta de que todos los altos ejecutivos son varones, con lo que experimenta el techo de cristal, y sufre en carne propia el mansplaining (condescendencia machista). Por si esto fuera poco, la hija adolescente de su dueña la acusa de ser el prototipo de la sexualización capitalista, retrasar al movimiento feminista, matar al planeta por impulsar el consumismo y de ser una fascista. Asimismo, Ken aprende lo que es el patriarcado y al regresar a Barbie Land trata de imponerlo a todas las mujeres. 

¿La cuestión que me surge es si estamos ante una película de entretenimiento sarcástica, o un tratado de Simone de Beauvoir?

Gerwig campa a sus anchas por el jardín de las contradicciones de Barbie, realizando una película que pretende ser un examen de conciencia sobre los roles de género y los modelos de masculinidad y feminidad, donde no cabe entendimiento y colaboración entre ellos. Apostando por el maniqueísmo de género de hombres malísimos y mujeres buenísimas que también triunfa en política. 

No faltan los mensajes trans y queer, como cuando se afirma que ni Barbie ni Ken tienen genitales, defendiendo que el estatus de hombre o mujer no lo otorga la biología, sino que es una construcción social. La agenda aborto también está presente con fuerza. La película comienza con las niñas del mundo lanzando muñecos bebé con odio y violencia por los aires, para más tarde, cuando aparece una Barbie embarazada, calificarla de extravagante y anticuada. 

Tengo una hija y soy el primer defensor de sus derechos y espero que el mundo sea de ellas. Pero no me gustaría verla convertida en una Barbie, ni de las antiguas de lentejuela y mononeurona, ni de las nuevas en guerra permanente con los hombres.

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