Opinión

El Domingo por excelencia

Nada sería el cristianismo y mucho menos nuestra fe cristiana sin que hubiese acontecido lo que hoy solemnemente celebramos. El Domingo por excelencia, el “Dies Domini”, “Día del Señor”. Desde siempre me ha gustado aquella estrofa que mi querido profesor de música, Don José Ramón Estévez, me señaló como examen final a mi que soy un negado para la música. Se cantaba otrora en la Vigilia Pascual: “Et valde mane una sabatorum veniunt ad monumentum…” Me encantó desde que conocí esa melodía gregoriana. Al final mi profesor debió aprobarme por misericordia, tal vez pensando en mi esfuerzo.

Pues sí, aquellos dos que fueron muy de mañana al sepulcro demostraron que durante los tres años que habían convivido con Jesús muy poco habían aprendido. Tal vez iban al cementerio como vamos nosotros a llevar flores o, ¡que sé yo!, a satisfacer su morbo… Tuvo que ser uno a quien tomaron por el hortelano el que les hizo caer en la cuenta de que el sepulcro estaba vacío, que la mortaja allí estaba pero el muerto estaba bien vivo ¡había resucitado!, era él, lo estaban viendo.

Por eso todo el sacrificio, con el dolor incluido de aquella primera Semana Santa, se veía coronado por el gozo de una alegría que llamamos pascual. Nadie estaba en el sepulcro, había resucitado. Nunca busquéis entre los muertos al que vive porque nuestra religión, desde ese día, nunca es de muertos, es de vivos. Viven para siempre. Y este es el gran consuelo de nuestra fe cuando van desapareciendo nuestros seres queridos que nos rodeaban en este mundo.

Lo decía San Pablo y sus palabras son inspiradas. Sin la mañana de Pascua nuestra fe carecería de sentido, estaríamos perdiendo el tiempo. Y aún dice más cuando escribe a los Corintios frente a los que pensaban que todo acaba bajo unas paladas de tierra. Si la cabeza resucitó, todos estamos llamados a la resurrección porque somos miembros de ese mismo cuerpo.

Y esta es la raíz de nuestras certezas y sobre todo de nuestra alegría que debe ser la tónica del vivir cristiano. La tristeza, el dolor y la angustia nunca van a tener sentido por muchas que éstas sean. Él ganó para nosotros una vida feliz, una dicha sin fin y un gozo eterno. Es el acicate que mueve a cuantos tenemos fe, que lleva incluso al suplicio del sacrificio a los mártires, la fidelidad a los matrimonios, la dicha a los claustros de un convento, y el amor a todos sabiéndonos hermanos del resucitado.

También un día, hoy, señalado para cuantos vemos pasar los años en este día comenzando por el papa emérito, Benedicto XVI, que hoy cumple 90 años. Nuestras oraciones y recuerdo cariñoso nunca le van a faltar, porque siendo fieles a él lo seremos a su sucesor.

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