Opinión

¡Feliz noche!

Tal vez para nuestra generación la noche de hoy, 5 de enero, era la más esperada de todo el año. ¡La noche de Reyes! Me da la impresión de que, poco a poco, costumbres foráneas se han ido introduciendo hasta el punto de desvirtuar aquella ilusión contenida que los niños de antaño poseíamos en este día. La Cabalgata de Reyes lleva la alegría a nuestras calles, esa mirada indescriptible de tantos niños en nuestras aceras, llenas las plazas de las ciudades y pueblos, esos buzones repletos de tantos deseos, ese enigmático zapato con incontables peticiones… son todo un conjunto de vivencias de esta noche inolvidable que todos tratamos de prolongar entonces y también ahora.

¡Es la Noche de Reyes! Todos deseando con un ojo cerrado y el otro a medio abrir que llegue esa Majestad para poder decirle ¡Buenas noches Majestad! Una fe ciega en los más pequeños y un intento de creencia disimulada a la vez que vamos creciendo. Es una noche mágica en la que se mezclan la tradición con la fe y la esperanza; la ilusión de los niños con la adoración de los Reyes al niño Jesús a quien, según la tradición, llevaron oro (como rey, incienso como Dios y mirra como hombre).

En el libro de Benedicto XVI “La infancia de Jesús” se menciona de tal modo a los Reyes Magos que algunos han sostenido que probablemente venían de una zona andaluza. El texto dice: “Es así como la tradición de la Iglesia ha leído con toda naturalidad el relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3”; y continúa: “La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa”. El obispo Martínez Camino, comentando el libro del papa emérito, afirma que en ningún momento el Santo Padre dice que los Reyes Magos fueran andaluces: “Representaban a todos los hombres buscadores de Dios en todo el mundo hasta entonces conocido”. 

Es un día para la ilusión después de una esperada noche, y nada mejor que despertar con un dulce sabor en la boca y de ahí el roscón como el turrón lo fue en el día de Navidad. A lo largo de la historia esta fiesta, la Epifanía, ha ido deparando innumerables tradiciones y teorías múltiples tratando de interpretar lo que recuerda la Biblia. Los Evangelios, sobre todo en San Mateo, 2:1-12 habla de “magos” pero sin indicar ni que fuesen reyes ni que fueran tres. Estas creencias fueron agregadas varios siglos después y se han mantenido en la tradición popular hasta nuestros días.

Iba a decir, si me permiten, que es una santa tradición que contribuye a fomentar cosas fundamentales: la adoración al Niño Dios que nace en Belén y la ilusión inmensa de ver cómo le llevan regalos que de igual modo anhelan recibir cuantos creen en Él. Nunca la ilusión es mala, de ningún modo sería oportuno destruir o mancillar esa ilusión. El mundo, la humanidad, y los niños los primeros, necesitamos de estímulos constantes que aviven la fe pero también que fomenten la esperanza e incontenida ilusión tan necesaria. Acaso en medio de tantos despropósitos sociales, humanos venga muy bien que todos miremos para esa tierna escena del pesebre y como ante ella se postran importantes de la tierra.

Posiblemente si el mundo va mal se deba a que, en vez de postrarse ante quien puede salvarnos y darnos la paz, lo estamos haciendo ante tantas cosas que jamás nos sacian y nunca nos satisfacen plenamente. Este es el gran problema.

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