Opinión

La misericordia

Sin duda hemos repetido aquí muchas veces que el resumen del mensaje cristiano podemos cifrarlo en las Bienaventuranzas. Y dentro de ellas, como el santo y seña de la vida cristiana, es la Misericordia, cuya fiesta celebramos este domingo. En la versión que recoge San Mateo en el capítulo 5 queda muy clara: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”.

Es esa disposición que todos los creyentes debiéramos poseer para compadecernos de los sufrimientos y miserias ajenas. La misericordia del creyente debe ser esa permanente actitud de amabilidad y simpatía hacia el que lo necesita, y hoy en día son inmensas esas necesidades y carencias que poseen los que caminan a nuestro lado que merecen nuestra compasión y permanente ayuda con un corazón siempre abierto para ayudar y apoyar al que sufre.

La lástima es un sentimiento menos vehemente y más pasajero que la misericordia. Ante los infortunios, las enfermedades, el hambre y la persecución son compasivas las personas en quienes estos males producen lástima, que se aplica con más propiedad a la sensación que nos causa el mal que se ofrece a nuestros sentidos, y la compasión, al efecto que causa en el ánimo la reflexión del mal: porque aquella no explica por sí sola más que la sensación de la pena, o el disgusto que causa el mal ajeno; pero la compasión añade a esta idea la de una cierta inclinación del ánimo hacia la persona desgraciada, cuyo mal se desearía evitar. Y esta actitud la recoge la Sagrada Escritura tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El cristianismo ha enseñado la necesidad de, imitando la misericordia divina, llevar a cabo esta actitud en forma de obras, tanto espirituales como corporales y así se coloca la misericordia entre los asuntos de más peso de la Ley (Mt 23:23.) por un buen motivo y lejos de un altruismo interesado (Mt 6:1-4.) especialmente por las dádivas espirituales, de mucho más valor que las materiales. La misericordia, en el fondo es fruto y exigencia de la caridad. 

La Iglesia siempre ha distinguido las obras de misericordia espirituales (7) de las corporales, que son otras 7. Las espirituales son: enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, dar buen consejo al que lo necesita, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y orar por los vivos y los muertos. Mientras las 7 corporales son: visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar hospedaje al peregrino, vestir al desnudo, redimir al cautivo y enterrar a los muertos.

Todo un programa de vida práctica en el que destacan las ayudas materiales , lejos de un angelismo vacío, pero también las imprescindibles ayudas espirituales que son la fuente y fuerza para poder cumplir bien las espirituales.  Nunca nadie podrá decir que la caridad cristiana que Cristo dejó el Jueves Santo es algo etéreo y carente de fuerza.

Te puede interesar