Opinión

Las cremaciones

Últimamente se están imponiendo las cremaciones. Parece una necesidad de los tiempos y, sobre todo en el tiempo de pandemia, incluso se cree aconsejable. El obispo de Ourense, monseñor Leonardo Lemos, que además es el presidente de la Comisión Episcopal española de Liturgia, ha abordado el tema que es muy de tener en cuenta. Se manifestó en contra de las cremaciones sin espíritu de fe cristiana. Y recuerda además que las cenizas no deben esparcirse ni guardarse en casa, y que en el caso de optar por la incineración, las cenizas “deben custodiarse en los cementerios o en cualquier otro lugar destinado para ello y el hogar no es el lugar apropiado para las de los seres queridos difuntos. Por ignorancia, desconocen que no son auténticamente cristianas”.

Explica además el Prelado ourensano que desde el principio, el cristianismo practicó la costumbre de la inhumación de los cuerpos de nuestros difuntos, recordando la sepultura de Cristo. Es verdad que, en ocasiones, debido a graves situaciones que podrían acarrear daño a la salud pública, se tuvo que proceder a la cremación de los cadáveres. La Iglesia, aunque permite la cremación, recomienda que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados.

Y termina el obispo: “Los cristianos deben recordar que cuando se opta por la cremación no se hace porque se crea que con la muerte se lleva a cabo la aniquilación definitiva de la persona, o cuando se desea que las cenizas del difunto se esparzan por un hermoso paraje natural, en la huerta de la casa donde se ha vivido o en el mar o en un río, porque se piensa que la muerte es el momento de fusión con la madre tierra; se piensa en la reencarnación o se reparten las cenizas entre los familiares como un mero recuerdo del difunto”. Creo haber comentado aquí alguna vez una frase certera del ourensano cardenal Quiroga Palacios. Decía él que: “En Galicia, los muertos son el problema de los vivos”.

Sin duda alguna nos sorprende, cuando salimos fuera de nuestra tierra, el culto diferente que se tributa a los antepasados. Aquí forma parte, el culto a los difuntos, de la misma esencia del pueblo y de su religiosidad popular. Baste observar, sobre todo en noviembre, el mimo con que se tratan las sepulturas, únicamente igualables con algún cementerio italiano. Y esto es bueno porque un pueblo que no sabe respetar y honrar a los antepasados indica alguna falta de sentimientos humanos y sobre todo religiosos.

De aquí que las advertencias que ha hecho el obispo ourensano son totalmente certeras y muy oportunas.

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