Opinión

Un reloj matinal

Debajo del cristal de la camilla de mi salón lisboeta tengo recuerdos entrañables. Entre ellos, una viñeta del incomparable Carrabouxo. Están en cama el Carrabouxo y su mujer. Por la ventana se observa un gallo cantando. El diálogo en la alcoba nupcial, es delicioso: “¡Maruxa! había que ir atrasar o capón”. “Vai ti que eu non sei onde se lle da”. Acaba el marido con una decisión muy atinada: “Paréceme que son duas voltas para atrás no pescozo…”

Me viene a la cabeza la genial viñeta a raíz de dos situaciones. Estando con mi familia en la Lanzada, a primera hora de la mañana, al lado un gallo cantaba reiteradamente, siendo un despertador genial. Pero cual será mi sorpresa al estar desayunando y, al leer la prensa, veo una noticia relacionada. En un pueblo ourensano se liaron a golpes, hasta tal punto de que intervino la policía. La cosa ha debido adquirir tintes dramáticos con lesiones incluidas. Y el motivo fue precisamente un gallo que se empeña en cantar y “dicen” les impide conciliar el sueño. ¡Vaya por Dios!, con lo bella que es la naturaleza y todo lo que en ella deambula. Los pajarillos, y los gallos forman parte del entorno. Y me pregunto como se las arreglaban antiguamente los pueblos cuando los pájaros deleitaban mañana y tarde, lo mismo los capones y también las campanas.

Tal vez eran más comprensivos o acaso el miedo a protestar o ¡qué se yo! El caso es que convivían todos y nada acontecía por ello, incluso los burros y las vacas que habitaban en el mismo edificio tranquilamente campando por sus respetos y cada uno con sus ruidos característicos y propios de su naturaleza. La verdad es que todos somos distintos y la lluvia a unos gusta, a otros enfada y a todos nos moja. ¡Que le vamos a hacer! Nos estamos creando exigencias de todo tipo y de lo más variado y, lo que es más grave, caemos de continuo en grandes contradicciones mudando de opinión con increíble facilidad. Elogiamos los valores del campo y organizamos infinitos y costosos viajes a lugares exóticos y lejanos mientras dejamos al gallo de nuestros pueblos solo y desolado. Gran asignatura por cursar: la vuelta al campo, a sus costumbres sanas y a sus entornos de paz y sosiego.

Nos “alimentamos” con sofisticados platos “de diseño” que nos hace pensar mientras los digerimos, donde habrá un “bocata”. Recuerdo una boda en Cataluña en un sofisticado paraje en medio del monte. La comida en un plato inmenso y que los novios pagaron 325 euros por cabeza. Todo muy “chic”… pero pasamos hambre mientras en aquel pueblo había comida casera y hasta es posible que desde el corral del vecino un gallo cantase, las gallinas pusiesen huevos que sabían a huevos, los tomates a ídem y comían pan con tomate o productos cultivados allí.

Pero claro el menú de la boda lo habían llevado desde Barcelona muy preparado y con la diminuta presentación, que era difícil saber si aquello era ternera, cerdo, gallina o butifarra. Por eso, ¡por favor! dejen cantar al gallo y disfruten del campo que es más sano.

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