Opinión

Viviendo entre nosotros

La solemnidad que hoy celebramos los creyentes tiene una categoría fundamental. Cristo lo cita varias veces en los evangelios y es el mandato excepcional para todos los que creemos en él. Ocurre que, de una manera u otra, al Padre y al Hijo la misma iconografía los representa de muchas maneras, pero el Espíritu Santo es el gran olvidado, cuando en realidad es el alma de la Iglesia: “No os dejaré huérfanos”, “Estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”. La Santísima Trinidad es el centro de la fe cristiana. De hecho, todos los actos del cristiano comienzan y acaban igual: EEn el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo”. Y todos los mandatos que se nos encomiendan tienen siempre como trasfondo la Santísima Trinidad: “Bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo”. Lo mismo el poder de confesar y de extender la fe cristiana.

Tenemos los cristianos el gran apoyo al saber que siempre detrás tenemos a Alguien que vive y nos ayuda y protege siempre. Es esa persona (la tercera de la Santísima Trinidad) que aunque invisible es actual y real. Y acaso por una formación de siglos olvidamos esto, que es fundamental. Cuando recibimos la Confirmación se nos dice al ungirnos con el Crisma: “Recibe por esta señal el don del Espiritu Santo”. Y eso debiéramos vivirlo en la vida diaria sabiendo que estamos siempre acompañados. Lo estamos con la Eucaristía, pero del mismo modo con el Espíritu que nos ayuda y anima.

El miedo y el abatimiento acechan hoy también a la Iglesia y persiguen a los cristianos como a los apóstoles al principio. Es el miedo y no damos testimonio porque nos falta fe en la Resurrección como la gran esperanza de la humanidad que vence a la injusticia y al mal. Y así, nos falta la paz y la libertad que son el fundamento de la dignidad humana y los derechos de las personas, el amor y la fraternidad que son capaces de destruir la opresión, el odio y la violencia para crear un mundo nuevo.

En la medida en que los cristianos prescindimos del Espíritu somos diferentes y somos antitestimonio. Si nos encontramos con personas que viven al margen del Espíritu se les nota en su comportamiento y en sus actitudes. Por eso la solemnidad de la Pascua de Pentecostés es fundamental en nuestras vidas de cristianos, y mantenerse al margen de lo que este día significa es renunciar de hecho a las exigencias de los sacramentos que a lo largo de nuestras vidas vamos recibiendo.

Es curioso, pero pocas son las comunidades parroquiales que tengan como patrono al Espíritu Santo.

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