Opinión

Y después... ¡el fin del mundo!

Me llamarán pesado y hasta tendrán razón, pero el tema lo requiere. Ni imaginan lo que es vivir esta semana en Lisboa: el paroxismo y la demencia total. La gente carece de otro tema de conversación; pasan de la primera y segunda "F", de la que habla el dicho portugués, y todos centrados en la tercera como si el fútbol fuese todo para un país que, ¡miren por donde!, también acaba de salir de la troika que les trajo por la calle de las restricciones, rebajas, recortes y demás, ante la célebre final de la Champions entre los dos equipos madrileños: el Real y el Atlético. La Peña Madridista de Lisboa, después de muchos ruegos, sólo ha recibido ocho entradas, que democráticamente han sorteado entre los socios. Una le ha tocado a un alumno mío de 2º de la ESO, Javier Anula, que está más feliz que unas pascuas, y de venderla nada de nada. Allí estará, eso sí, defendiendo a los blancos.

Falta que venga el oso con el madroño a cuestas y se sitúe en medio del Rossío o en Restauradores para hacer juego con Pombal, que preside la Liberdade. El parque Eduardo VII va a estar custodiado porque sus jardines, si hace bueno, son ideales para dormir más de una borrachera.

Es algo incomprensible. Ya les dije aquí que conseguir una entrada, a precios astronómicos, es para nota y ver una cama de lejos se convierte en la más esperpéntica solución. Ya se habla de 15.000 euros por una noche, cuando en realidad serán un par de horas porque, acabado el partido, todos lo festejarán en Pombal hasta bien entrada la mañana, y a las once los hoteles te ponen en la "rúa", es decir, la calle, a la intemperie con cogorza y borrachera incluidas; y gane o pierda tu equipo.

Merengues y colchoneros se medirán en el Estadio de la Luz, y sea cual fuere el resultado, la fiesta, el bullicio y el jolgorio están garantizados. Curiosamente este país, poco dado a juergas callejeras, va a ver como los españoles, salidos de madre muchos de ellos, van a dar un color distinto a la capital, como lo dieron los benfinquistas tres veces este año, la última el pasado domingo tras vencer en la Copa al Río Ave de Vila do Conde en un reñido encuentro. Se han puesto de acuerdo el alcalde lisboeta, Antonio Costa, y la madrileña Ana Botella (Ana "Garrafa", en portugués, para los que a todo sacan punta) para decorar profusamente con la bandera de la Villa y Corte la capital lusa. Lo dicho: el desmadre. Tanto así que el consulado español, en el centro de Lisboa, va a estar en alerta máxima y permanecerá abierto 34 horas (treinta y cuatro), día y noche, por si acaso alguno se sale del tiesto y tienen que echarle una mano. El Chiado, las Docas y todos los lugares de ocio van a estar a tope, según las previsiones. Nadie tiene entradas para nada.

Todo un cúmulo de cosas: las elecciones europeas, con el cambio de partido de Antonio Capucho que fue alcalde de Cascais largos años por el PSD y que por aquello del "sindicato de cabreados", o tal vez porque Passos Coelho le negó la presidencia del Parlamento, ahora se va con los socialistas, la marcha de la troika... Una serie de acontecimientos que tienen a la población viviendo en otro mundo.

Bien sería que acudiendo a la primera "F" serenasen el cuerpo con buenos fados, o se fuesen a la segunda para pedirle a la Virgen de Fátima ayuda para la crisis. Pero hoy, estos días, toca otra cosa olvidando angustias y estrecheces. Todos a desahogarse con el fútbol en el estadio de presiden el águila, símbolo benfinquista, y la estatua del mítico Eusebio. Lo demás ya veremos... un respiro, una obnubilación y un "paso de" para disfrutar en una galaxia bien distinta a la realidad.

Por eso va a ser mejor que el Atlético traiga abundancia de colchones para que, mientras, el oso de la Puerta del Sol vigile esos momentos. Porque ya lo único que falta, después de toda esta juerga, es lo del comienzo: ¡¡el fin del mundo!! Y uno se sentará en el salón, tras mi misa en Estoril en el día de María Auxiliadora y la conmemoración del fin de la batalla de Lepanto, con una copa de licor café, "especialité de la maison", es decir, "feito na casa", que por cierto me sale genial, y veré el duelo reposadamente en la pantalla de mi televisor, que al día siguiente vuelvo a tener curro.

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