Opinión

El decepcionante discurso real

Los discursos de los jefes de Estado al final de cada año son un vestigio de tiempos pasados, tiempos en los que la población necesitaba una figura paternal o maternal que ejerciera como una especie de sherpa nacional en la escalada colectiva hacia cimas más altas. Es una de esas tradiciones obsoletas de las que pasan hoy los ciudadanos, sobre todo los jóvenes. No sólo es inútil, sino incluso molesto por la superioridad con la que se nos trata desde esa alta magistratura que pagamos precisamente nosotros.

En el caso español, además, la figura del actual monarca está en cuestión por su posible conocimiento e incluso ocultación de los actos indecorosos o presuntamente ilegales del anterior titular de la institución. Si las alocuciones de Nochebuena de ambos han resultado siempre anodinas y planas, la de este año ha sido muy decepcionante. Se ve que corre por las venas de Felipe VI la fría sangre real germánica de la Casa de Glücksburg, más que la apasionada y latina de los Borbón meridionales. Hace poco tuvimos un rebrote incalificable del ruido de sables de la Transición, que nuevamente hizo de la Corona su destinatario y su esperanza, pero el rey no le ha dedicado ni una sola línea a exigir respeto a la Constitución, como exige su función de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. ¿Quien calla otorga? Y, de ser así, ¿con qué derecho otorga? Los militares leales y la inmensa mayoría de los ciudadanos habrían agradecido una referencia clara. Quien fue tan contundente el 3 de octubre de 2017, en contraste con la serena neutralidad política de Isabel II respecto a los procesos de Quebec y Escocia, o de los monarcas belgas respecto a la federalización, calla ahora ante un movimiento político intolerable de una parte de nuestra milicia. Parece que el rey se ha olvidado de su papel institucional y está decidido a intervenir en política. Vamos, lo que en España se conoce como "borbonear", y que suele conducir al Borbón de turno al exilio.

Pero lo principal, lo que todo el mundo esperaba haber escuchado este año, era una rotunda condena a las andanzas del anterior titular y, más aún, una plena puesta a disposición de la Casa Real y de él mismo para colaborar en la investigación judicial española y suiza, y para su esclarecimiento político en sede parlamentaria. Si de verdad Felipe VI quiere pasar por ejemplar, se ha quedado muy corto. No basta una vaguísima referencia a la ética y la familia, por más que toda la prensa cortesana de Madrid se agarre incluso a esa nadería para dedicarle epítetos gloriosos y loas edulcoradas que van más allá del abyecto género felativo al que ya nos tenían acostumbrados.

Habría sido necesario más, mucho más. Sobre todo, en lo que a él le afecta personal y directísimamente. Se habla mucho de la inviolabilidad de Juan Carlos I hasta 2014, pero cabe recordar que la de Felipe VI sólo se inicia ese año. Y es necesario señalar que los indicios de varias décadas son abrumadores, y que si no se convierten en pruebas es porque todo el aparato judicial, diplomático y mediático del entorno real se emplea a fondo para impedirlo. Y, por ejemplo, aún no tenemos explicación seria sobre el carácter de beneficiario de Felipe VI en la fundación offshore Lucum. Se despachó con un comunicado, eclipsado por el momento más álgido de la pandemia, para decir que cuando lo supo, renunció. No es verdad. Lo que hizo fue una simple acta de manifestaciones ante un notario de Madrid, no una renuncia formal, con su correspondiente inscripción registral en la jurisdicción correspondiente, Panamá, para surtir efectos jurídicos verdaderos. E incluso esa mera acta la ocultó durante un año, hasta que saltó el escándalo. Si eso no es complicidad con los presuntos delitos de su padre, se parece mucho y debe aclararse. Si nunca supo nada de lo que sucedía en La Zarzuela siendo Príncipe de Asturias, ¿está capacitado para su función? Si sí lo supo, poco queda añadir. El discurso, ha echado balones fuera: la pandemia, la crisis… pero la población esperaba otra cosa. Si la función de esa "alta" institución es dar ejemplo, aunque francamente no sé qué utilidad tiene ese ejemplo hoy en día, precisamente es en esto en lo que ha fallado estrepitosamente. Qué decepción.

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