Opinión

Como un amigo

Julio Camba, que a pesar de haber sido uno de los articulistas más prestigiosos de todos los tiempos no era estudiado, que fue un anarquista furibundo pero que vivió instalado en la habitación 383 del hotel Palace los últimos trece años de su vida, decía: “Yo necesito saber que el lector me conoce ya, que es indulgente con mis apasionamientos; que, acostumbrado a mis pequeñas paradojas, no va a tomarlas completamente en serio; que va a leerme, en fin, como se lee a un amigo”.


 Julio Camba (“¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!”) también escribió en el diario El Sol una crónica titulada: “Los admiradores son un peligro”, acerca de un fan que tenía en la provincia de Guadalajara: “Soy –le confesaba aquel hombre- uno de sus lectores más asiduos, y me he suscrito a ‘El Sol’ con el único objeto de ver los artículos de usted…” Y desde entonces Julio Camba no podía escribir porque la imagen de su admirador le obsesionaba por completo. “Se me ocurre un asunto bonito –admitía Julio Camba-, cojo la pluma e inmediatamente me digo: ¿Le gustará este tema al señor de Guadalajara?”
 Un señor, en este caso de Pereiro de Aguiar, y además con nombre y apellidos: Agustín Perianes Rodríguez, me ha escrito a través de La Región una carta extraordinaria, que espero no me acarree los mismos estragos obsesivos que a Camba la de su admirador.

Me compara Agustín –lo tuteo, porque lo considero mi amigo- con titanes como Paco Umbral o José Luis Alvite; vamos, como si en el campo de la aviación me comparase con aquellos “ases del aire” que tenían que haber derribado al menos cinco aviones enemigos, y él lo hiciera nada más y nada menos que con Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, que casi llegó al centenar.


 Desmesuras aparte, dice Agustín, y lo tomo por un cumplido, que tengo “prosa de humor fino y trazo grueso y que marca la diferencia en medio de tanta escritura ortodoxa y burocrática”. Y aquí sí que quiero aprovechar, una vez más, para pedir perdón a quienes se puedan molestar por mi forma de (repartir hostias iba a decir) salpimentar con el lenguaje de la calle –grosero a veces- mis escritos. Escribo de lo que he vivido, incluso solo soñado, en la esperanza de que algo interesante pueda trasmitir. Ahora sí, al pan pan y al vino como locos, que se dice. 


 Me desea que pronto pueda hacerle un “corte de mangas” a la enfermedad –ésta sí obsesiva- que me acosa desde hace algunos meses como una amante irracional. Y se despide con un “su seguro servidor que estrecha su mano”… ¡Venga un abrazo Agustín! Aquí el único servidor es el de Google. Y el Gobierno, pero ese siempre está colgado. En serio, a todos los que me leéis, gracias por hacerlo como si fuera un amigo.

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