Opinión

Después de la batalla pienso en ti

Después de la batalla pienso en ti, querido pueblo. No es que desprecies cuanto ignoras, como aquella “Castilla miserable, ayer dominadora” de Machado; si no que lo reivindicas, que es todavía más alucinante. Reivindicas el toro de la Vega: y el Pilatos de Tordesillas se desinfecta las manos con la sangre de la mayoría: “lo que quiera el pueblo”, dice. Reivindicas una señera soberana y un mejor reparto de riqueza: y resulta que te enzarzas en una lucha fratricida – también dentro de tus fronteras-, acuciado por profetas del desastre, instigado por políticos “low cost”, aleccionado por quien tiene sus cuentas en paraísos fiscales. Reivindicas pensiones dignas, pero aceptas –y a veces pagas, porque eres también patrón- salarios de miseria. 


 El pueblo nunca es sabio, porque es joven y no tiene memoria colectiva; el pueblo siempre es ciego, porque el que no sabe es todavía peor que el que no ve; el pueblo -nuestro pueblo- antes de llegar a ser prudente, primero ha de pasar por ser necio y alocado, como les ocurre a la mayoría de los individuos que lo conforman: he ahí pues la importancia de la educación, la formación, la cultura. El pueblo, si lo dejas, es un peligro: quiere no pagar impuestos, por ejemplo; o conducir sin cinturón, o puesto hasta el culo de sustancias prohibidas. El pueblo no quiere abolir la esclavitud. El pueblo aclama a Hitler, a Franco, a Fidel Castro, a Kim Jong-un. El pueblo, azuzado por los fariseos, crucifica a Jesucristo. El pueblo, instigado por los curas, trae a Fernando VII. El pueblo consiente el Holocausto, los guetos, la trata de menores, porque el pueblo es la suma también de los instintos más bajos ¡El pueblo!: raras veces un grito de justicia; casi siempre un colutorio con el que se enjuagan la boca los falsarios. 


 El pueblo debe estar bien dirigido, que no demasiado consentido; ni tampoco ha de ser muy consultado, al albur de los espurios intereses de una élite voraz. El pueblo es soberano, por supuesto, pero el pueblo no son todos los pueblos: Japón, sin recursos naturales, con un territorio lleno de montañas que no le permite producir más que japoneses, es uno de los países más ricos del mundo. Suiza, incluso sin mar, posee importantes navieras; fabrica el chocolate más codiciado del planeta sin tener plantaciones de cacao; agrupa múltiples cantones y habla diferentes lenguas. Pero por su seriedad y por su orden, el mundo entero le confía sus caudales. 


 Por aquí somos latinos. Que no peores. Necesitamos que nos tutelen. No que nos enfrenten ni confundan. Porque los pueblos, como las armas, cuando caen en malas manos solo ocasionan hecatombes. Pienso en ti, querido pueblo catalán, después de la batalla.

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