Opinión

El IS atenta en Galicia

Vigo. Agosto. Hotel Bahía. Tras los ventanales de la habitación el viento gime infecto. Las cristaleras tiemblan. El horizonte se impacienta en un motín de nubes carmesíes. Sureste, 30 nudos. Miles de borreguillos de blanca espuma triscan por la ría verdinegra. Oscurece. A lo lejos, el faro de las Cíes lanza guiños de confabulación a la ciudad. “Mañana seguirá soplando fuerte”, dice el líder. “¡Alá es grande!”, prorrumpen los demás. 

El calor es africano. La noche yesca. Los terroristas rezan sus blasfemias apuntando hacia la Meca. Bajan. Pagan en metálico. Prefieren viajar de noche, eso comentan. Parten cada cual en su flamante “BMW 1200 Adventure”. Pantalón vaquero, casco integral, chupa polícroma. Son tres varones. Fibrosos, bien parecidos, jóvenes. Y abstemios. No tienen antecedentes. Son europeos. Podrían ser turistas de termalismo. Pero van a calcinar Galicia entera.

Las motos llevan un tanque de gasolina sobredimensionado. No se aprecia. Las demás armas también están permitidas: una diminuta bomba eléctrica, un tubito de goma, y un mechero: el armamento necesario para convertir Galicia en un solar. El modus operandi es muy sencillo: carreteras secundarias, arboledas, bosques, miradores. Se detienen, accionan la bomba, esparcen la gasolina… ¡Y a quemar! No hace falta ni siquiera que se apeen. ¡Cada 15 kilómetros un fuego! Candean, O Porriño, Fontefría. Tienen mapas. GPS. Se dividen. Se reencuentran para repostar. Pontevedra. Ourense. Lugo. Y A Coruña. 

Al amanecer el Noroeste es una descomunal antorcha olímpica. El viento ha ido transportando de un pueblo a otro la hecatombe. Un fuego aquí, otro allá, otro acullá; este es grande, aquel es grave, el otro todavía más. Los servicios contra incendios de la Xunta se saturan. No hay medios terrestres disponibles. Ni brigadas. Ni concierto. El fuego devora casas, granjas, animales. El humo es tan denso que los medios aéreos no pueden actuar. La población rural huye despavorida. Asmas, conjuntivitis, hipertermias. Los hospitales se colapsan. Los pájaros se estampan contra los cables eléctricos. Los aeropuertos se cierran por falta de visibilidad. Las calles se borran de cenizas. El aire es gas mostaza. Los bosques, pasto del resinoso napalm. Galicia un monte Gólgota. Las previsiones apuntan a que la situación climatológica continuará una semana. 

Pero hay más. Aún hay más. Los terroristas han ido vaciando sus depósitos, y han ido cargado también contra las subestaciones eléctricas. Los aisladores chisporrotean. Revientan los condensadores. Se corta la electricidad. Dejan de funcionar los ascensores, los semáforos, las gasolineras. Los hospitales consumen el gasoil de sus generadores de emergencia. Luego cierran los quirófanos. Y las cafeterías. Y las empresas. Los coches se quedan varados en el medio de la vía. La muchedumbre huye en tropel con sus enseres, sus enfermos, sus histerias. Intentan alcanzar Castilla, Asturias, Portugal. 

Se moviliza el ejército. Es inútil. Sus armas disparan fuego, no agua. Los soldados se asfixian. Además no hay enemigos. Los terroristas han abandonado este aquelarre de pinos, carballos y eucaliptos. Atrás dejan una orgía de fuego apocalíptica. Ahora ya recorren la Cornisa Cantábrica. Pronto el IS reivindicará los hechos. Los tertulianos de las teles les echarán la culpa a los gallegos. Por comer cerdo, dirán. Quizás por lo del camino Xacobeo. Galicia no se recuperará jamás. 

¿Que es una broma? Imaginaos qué fácil sería convertir Galicia en un Al Andalus desértico. Pues eso. A prevenir. A prevenir. A prevenir. Y a actuar. Y de una puta vez a consensuar una adecuada política de montes ¡Panda de políticos pirómanos! Que por omisión también se quema.

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