Opinión

DIGNIDAD PERSONAL

Todas o casi todas las formas de convivencia humana hoy día tienden a la uniformidad de las personas. Este hecho que ya señalaba hace bastantes años Ortega y Gasset en lo que él llamó el 'Hombre masa' se ha convertido en realidad.


Sea como fuere, en política, el sufragio universal da al voto del sabio y al del ignorante el mismo valor. Por su parte, el totalitarismo, bajo cualquiera de sus formas, convierte a la ciudadanía en rebaño, imponiendo una serie de normas destinadas a uniformar a la persona en todos los planos de la existencia.


Por otro lado, la economía capitalista implanta la producción en gran escala, cuyo resultado es el consumo de artículos baratos, iguales para todos y destinados a ser renovados cada año, o poco menos, con la ayuda de la sugestión publicitaria y de facilidades de pago de todo género. Es, desde luego, la era de la mercadería estándar, accesible al rico y al menos rico, y producida por una industria que no puede parar nunca sus máquinas, porque de lo contrario iría a la quiebra.


Visto lo visto, los medios de difusión ?periodismo, radio, televisión, etcétera- tienden igualmente, en líneas generales, a satisfacer los gustos del gran público, porque la financiación eficaz de su actividad respectiva depende directamente de la mayor o menores cantidades de consumidores, sean éstos espectadores, lectores o escuchas. Por estos y otros muchos aspectos, fáciles de advertir a poco que lo meditemos un instante, el mundo contemporáneo marcha hacia una colectivización creciente.


Si este impulso hacia la igualdad fuera inspirado por un verdadero espíritu de justicia; es decir, sin envidias, rencores ni odio de clases, constituiría, sin duda, un signo de progreso moral, puesto que, mediante una distribución más adecuada, pondría los bienes al alcance de un número, cada vez mayor, de hombres y mujeres. Pero dicho concepto, en realidad, nada tiene que ver con el fenómeno que ahora nos ocupa. Estoy refiriéndome a la igualdad entendida como sistema de nivelación de opiniones, reacciones, gustos y tendencias; en otras palabras, la colectivización que pretende someter a los sectores que integran el cuerpo social a moldes convencionales prefabricados, como se hace entrar al ganado en los rediles que imponen una sola salida posible. Y así entendido, quiérase o no, el igualitarismo constituye un peligro moral para la personalidad. En efecto, lentamente, sin sospecharlo siquiera, la enorme mayoría va acostumbrándose a que otros piensen, opinen y elijan por ella.


En estudios muy bien fundamentados se ha demostrado como la propaganda, bajo las formas más variadas y sutiles, impone al 'hombre masa' sus puntos de vista en lo político, en lo moral, en lo económico y demás órdenes de la vida cotidiana. Tanto en lo trivial como en lo trascendente, las ideas, los argumentos y las soluciones son presentados de tal manera que la persona los hace suyos creyéndolos, de buena fe, productos de su libre decisión, cuando en verdad no son sino el efecto de una sugestión habilísima.


Esto explica porque el ciudadano y ciudadana de hoy tienden a convertirse, poco a poco, en parte integrante de un enorme rebaño, llevado y traído insensiblemente por unos cuantos directores de la vida política, que, en su mayoría, por desgracia, son bastante malos. Esto mismo lo vemos todos los días. Esta realidad podrá indignarnos o, simplemente, dejarnos indiferentes; pero debemos reconocer su existencia como un hecho verdadero, claramente comprobable y resultado de un largo proceso que empezó a acelerarse hace bastantes años.


Marchamos, pues, hacia la sociedad hormiguero o, si se prefiere, la sociedad colmena, en razón a las formas políticas y económicas que caracterizan al mundo moderno. Y, sin embargo, mientras el hombre sea hombre, ser racional, persona humana, y se sienta llamado a un destino superior, habrá de reaccionar necesariamente contra esa acción, que quiere convertirle en simple pieza de un engranaje monstruoso porque, precisamente, tiende a deshumanizarlo. Aquí, más de uno preguntará en qué puede consistir esa reacción. Contesto: En que lisa y llanamente, cada cual haga lo necesario para tener 'una personalidad'.


¿Y para lograrlo?... Acostumbrarse a pensar por sí mismo. A analizar los hechos e ideas con íntima sinceridad, pensando el pro y el contra de acuerdo con una escala de valores en la que los factores materiales, por muy importantes que sean, se subordinan a los grandes principios morales y espirituales que, por su índole misma, les son superiores. Nadie puede quitarnos la libertad interior, atributo de nuestra dignidad como personas humanas. Sepamos pues, defenderla y cultivarla sin soberbia, como a nuestro bien más precioso y duradero.

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