Opinión

Evocando

En mi ciudad natal existía aún más allá de los años cincuenta, un frondoso árbol cuyo diámetro en tronco no lo abrazaban menos de diez mortales. Quizá fuera un olmo milenario exento de producir, como fruto, peras glaseadas. Su sombra se proyectaba en céntrica plaza y era suficiente para cobijar a su amparo a un batallón de infantería en maniobras, con tiendas de campaña y aljibes incluidos. El árbol fue despiadadamente extirpado de raíz y su lugar lo ocupa actualmente una gasolinera bien provista de octanos.


Mientras se mantuvo en pie y nada más asomar la primavera, era punto de cita de abigarrados grupos de mocetones curtidos por aires de campo y mar, aspirantes a su selección y demostrar sus habilidades en la siega de la ancha es Castilla, dejándola convertida en una alfombra persa. Esa masa abigarrada pasaba por el tamiz que imponía el cacique de vía estrecha o el terrateniente de turno y sin asomo de sonrojo, eran separados entre sí hermanos de hermanos y transportados en vagones ganaderos hasta escalonados apeaderos de La Mancha. Y, luego, a manejar la hoz día tras día bajo los efectos de un sol tórrido. Los salarios obtenidos les permitían ahorrar para lo que sigue: -’Para Santiago de Cuba, saldrá de este puerto el 23 de diciembre el vapor ‘Montreal’. Precio en tercera, pesetas 25.000. Nicandro Fariña, agente’. (Anuncio de la época, publicado el mismo día que el que se transcribe).


-’Si quiere despedir el año con alegría y que le sea próspero el próximo, encargue su mesa para cenar en el ‘Negresco’, calle Torreiro, 29, teléfono 2110, Madrid. Minuta: pan especial a discreción. Ensaladilla en mayonesa. Merluza a la romana. Pollo a la pepitoria. Flan, frutas y uvas para despedir el año, Champán de la Viuda, coñac y demás licores. Puros de marca para los caballeros y cajitas de ‘Bella Aurora’ para las señoras.24 pesetas.


Ya comenzaban tiempos relativamente felices pesa a todo. Hacía sólo unos meses que había desaparecido el racionamiento. Los ‘café-concert’ se mantenían a tope en afán de descubrir en qué parte de la epidermis de la ‘vedette’ se posaba la traviesa pulga. Los osados de siempre portaban potentes prismáticos Zeiss, en banderola. Un oficial habilitado del juzgado con cédula personal de la clase 13ª, contaba con una asignación mensual de dos mil pesetas y algún que otro aparte claro está que a costa de unas jornadas con la misma elasticidad que una camiseta de punto inglés y caligrafiando a pulso unas diligencias cuya redacción era tan pesada como zuecos de buzo. Todo realizado sobre la marcha y con la ‘clientela’ a pie de cañón.


Traje de impecable paño de Tarrasa o Sabadell, manufacturado a medida -ya fuera cruzado o de cuatro botones- salía por unos treinta duros (150 pesetas para los nacidos del 40 para acá); un par de zapatos de fino boscal o tafilete realizados a mano y medida, 35 pesetas. Una corbata de fular, 3 pesetas. Y una trinchera de otomán impermeabilizado, de 110 a 125 pesetas, sin incluir como es lógico su puesta a punto de un taller mecánico a base de manchones, engrase y revolcón en el foso, dando con ello carácter legionario a la prenda.


Y el famoso árbol sigue manteniendo -ya distanciados de aquella época- una cierta similitud con determinadas circunstancias concurrentes en los sumisos y resignados empleados interinos del catastro, y que tantas veces nos han sido recordados por el autor Arniches, en sus célebres obras de teatro.


Los que pisamos ya las primeras arenas movedizas de la tercera edad y hemos quedado descolgados de cualquier actividad reivindicativa social, añoramos, desde luego, con nostalgia aquellos contactos con auténticos idealistas -unos desaparecidos, otros sobreviviendo como pensionistas y los menos tirando todavía del carro- que bregaron lo suyo. Fueron tiempos idos, lógicamente, pero que dejan huella imborrable. O sea.



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