Opinión

Las primeras víctimas de la Guerra Civil

Ddesde siempre se ha venido sosteniendo oficialmente que la Guerra Civil española comenzó el 18 de julio de 1936. Y esto no responde a la verdad. Entonces el general de Brigada de Infantería Emilio Mola Vidal, comandante militar de Navarra, como ‘director’ de la organización de la sublevación, una vez alcanzado un acuerdo con los requetés y la jefatura de Falange Española y de las JONS y contando también con el consentimiento de la última del general de División Francisco Franco Bahamonde, comandante general de Canarias, el momento del alzamiento lo fijaron para el día 17 (viernes) a las 17 horas en Ceuta y Melilla y en el protectorado español de Marruecos. El líder inicial era el teniente general José Sanjurjo, que falleció en accidente aéreo cuando se iba a iniciar la contienda. Por cierto, el general Franco en aquel entonces tenía previsto ir a Inglaterra a practicar golf y a mejorar su inglés.


La sublevación se adelantó en Melilla, donde falangistas y otros individuos comprometidos procedieron al reparto de armas entre las agrupaciones de derechas de la ciudad en la Comisión de Límites. Y la maquinaria del golpe se puso inmediatamente en marcha.


Por otro lado, la columna bajo el mando del coronel de Infantería Maximino Bartomeu, integrada por la 7ª compañía de ‘Cazadores’ y unos pocos marroquíes, en total unos cuarenta soldados, con suboficiales y oficiales de la unidad, se personó en Melilla, declarando, una vez allí, el estado de guerra, exhibiendo para ello el bando que suscribía Franco. Por cierto -y aunque parezca increíble-, en la terraza del café ‘La Peña’, estaba sentado un conocido republicano izquierdista local, y el jefe del piquete insurrecto, ni corto ni perezoso exclamó ‘¡Muchacho, dame el fusil!’. Un gesto rápido, un disparo, y ese fue el primer muerto de la jornada que quedó en el suelo. Era, desde luego, la primera víctima de la guerra civil que acababa de comenzar.


Después, llegarían los soldados de Tabor de regulares (moros en su mayoría) y asaltaron la base de hidroaviones de Mar Chica. Los aviadores opusieron, naturalmente, resistencia y murieron el sargento Lobalen Ben Mohammed y el soldado Mohammed Ben Ahmed, considerados como los primeros muertos del bando ‘nacional’ y de las fuerzas indígenas que apoyaron la sublevación. Los doce aviadores fieles al Gobierno legal de la República fueron muriendo en las horas y jornadas siguientes. Al jefe de la base, comandante Virgilio Loret, le llegaría su turno el 23 de julio, ‘paseado’, o sea sin pasar por consejo de guerra. Era tío político de la escritora feminista Lidia Falcón, que lo cita en sus memorias, ‘La vida arrebatada’ (Anagrama, 2003).


Por más que investigué hace tiempo, no conseguí información de primera mano, sobre cómo fallecieron aquellos -los primeros días del alzamiento- que se mantuvieron fieles al Gobierno en África, pues los vencedores de la guerra se encargaron de borrar su memoria. Sólo se sabe que en la madrugada del 18 de julio de 1936 aparecieron centenares de cadáveres en las playas y localidades de la zona del Protectorado español de Marruecos. Eran los cuerpos de los que habían muerto durante las luchas callejeras y en los primeros ‘paseos’ o ejecuciones efectuadas por elementos (controlados por los militares sublevados): las víctimas eran detenidas por grupos armados que las trasladaban hasta el lugar donde eran asesinadas, dejando su cuerpo a la vista. El teniente coronel de Estado Mayor, nuevo alto comisario en Marruecos, Juan Beigbeder, anotó los nombres de las personas detenidas y asesinadas esa misma noche.


Los tenientes Jacobo Boza y Francisco Reinoso Martínez fueron los primeros muertos del bando sublevado. La cosa sucedió así. Esos oficiales, al mando de una sección del arma de Ingenieros, recibieron la orden de apoderarse de la oficina de correos de Larache en la madrugada del día 18 de julio. Una descarga procedente del interior del edificio los mató a ambos. Cuando los militares rebeldes finalmente penetraron en el recinto, encontraron allí a cinco guardias de asalto y varios funcionarios de correos que fueron abatidos. Así pues, Boza y Reinoso fueron incorporados al panteón de héroes del bando ‘nacional’. Cuando en el franquismo se hablaba de la ‘gesta del Alcázar de Toledo’ y otros episodios similares, a éstos se los citaba como los primeros oficiales caídos.


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