Opinión

¡Yo no fui!

En los últimos días los españoles viven acontecimientos que muestran su carácter dado a evadir las responsabilidades personales y a derivar los propios errores más arriba en la escala laboral o política hasta señalar como responsable al Gobierno.

Es el caso de Teresa Romero, la auxiliar de enfermería contagiada de ébola por un error suyo, o el del maquinista que el 24 de julio de 2013 estrelló su tren Alvia por un exceso de velocidad que produjo 79 muertos. El primero se analiza públicamente entre discusiones sobre la idoneidad de los medios empleados para combatir el virus, cuando parece demostrado el fallo humano. La ausencia o no de medios adecuados requiere otra discusión, pero diferente a la de Teresa, que no informó de su error-accidente nada más producirse, quizás porque quería presentarse a unas oposiciones y no ser aislada.

En el caso del Alvia aparece cierta indignación popular por la inexistencia de métodos técnicos que podrían haberlo evitado, pero que la Audiencia de A Coruña acaba de considerar no indispensables, puesto que para controlar el tren estaba, precisamente, el maquinista.

Las graves consecuencias de ambas desgracias quieren atribuírsele, una, al autonómico madrileño y al nacional, del PP, otra al constructor de la línea del ferrocarril y responsable de su puesta en marcha, del PSOE. Sí. Debe exigirse lo mejor en todo proyecto, pero no siempre puede cumplirse. Evitar las curvas peligrosas de las carreteras impediría su existencia porque arruinarían cualquier país; sobrevivirlas es responsabilidad del conductor.

Pero en España, y al margen de la lógica demanda de más y mejores medios, tratamos de salvar a la persona que ha errado y responsabilizar a los políticos. Como los niños que gritan ¡yo no fui!, el español es un pueblo de individuos que rechazan asumir su responsabilidad personal.

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