Opinión

Anatomía del disparate

Los prolegómenos del partido de Wembley entre las selecciones nacionales de Inglaterra y Francia han sido muy emocionantes. Sobre el césped inglés estaban jugadores que habían padecido la tragedia en sus propias carnes como Lassana Diarra, que había perdido a una prima suya en el atentado terrorista, o Antoine Greizmann, cuya hermana estaba en el interior de la sala Bataclán cuando se produjo el tiroteo y consiguió escapar de aquel infierno por los pelos. Los marcadores del campo colocaron la letra de la Marsellesa con la escritura fonética para que los ingleses pudieran cantar su letra incluso sin saber lo que dice, y el estadio fue un emotivo y vibrante orfeón entonando el himno nacional de Francia interpretado después de que sonara el del Reino Unido alterando el protocolo. Las reglas dicen que el himno del anfitrión ha de sonar el último pero la ocasión requería este reparto.

A muchos espectadores españoles se les humedecieron los ojos escuchando esa Marsellesa tronante y fiera que en estos momentos de miedo y zozobra ha adquirido un papel singular y sin duda, muy relevante. El canto que compuso un joven Rouget de Lisle cuajado de invitaciones para defender la patria, es hoy antídoto contra la incertidumbre, elemento de cohesión en la atribulada sociedad francesa y canción de guerra porque Hollande ha declarado la guerra desde la Asamblea Nacional y ha sido respaldado en ella por todos los diputados en bloque.

Compungido, comparo esta visión del estadio de Wembley de serena fiereza y unión insoslayable con la que el pueblo francés nos da ejemplo, con las lamentables y denigrantes escenas contempladas en el Camp Nou durante la celebración del partido final de la Copa del Rey, la atronadora pitada al himno nacional, orquestada, organizada y manipulada por la intelectualidad del nacional-catalanismo, y admito que se me cae la cara de vergüenza. Nunca he tenido yo una vena francófona y a veces me recuerdo recorriendo las calles de París en vida de Franco y padeciendo el desprecio y el rechazo de sus habitantes. Pero recordando el doloroso espectáculo de la final de Copa, los silbatos repartidos antes del partido, las banderas ilegítimas y toda esta murga insostenible y ridícula, apetezco ser francés. Seguro que muchos de los que silbaron hasta caer de culo el himno nacional entonces, lloran hoy escuchando La Marsellesa. Anatomía del disparate

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