Opinión

Nueve años de reinado

Como el tiempo pasa a velocidad de vértigo, se han cumplido nueve años desde que el rey Felipe VI tomó posesión del trono, una maniobra pactada con urgencia por los líderes de los dos grandes partidos y asumida por la mayoría en las Cortes, ante la extendida convicción de que si no se adoptaban medidas de urgencia, la monarquía -en sus horas de aceptación popular más bajas- no podría ser recuperada. La trastienda de este episodio intenso en la trayectoria histórica del país aún está por contar, y algunos veteranos periodistas que estuvieron en la refriega no se avienen a narrarlo ni escribir las experiencias vividas en aquellas horas en primera persona. Pero no es discutible que, aunque la crónica aún no ha sido completada, había que hacer algo y hacerlo medianamente bien para que la institución, acosada por un casi infinito rosario de errores, comportamientos improcedentes y actitudes desastrosas, pudiera sobrevivir al escenario más patético y peligroso padecido por la monarquía desde que fue restaurada.

A nadie se le oculta que en aquellos difíciles trances, la situación del príncipe heredero era de una fragilidad extrema y todo el mundo se preguntó – alarmados unos, encantados los otros- si tendría suficientes fuerzas y virtudes bastantes para afrontarlos. El príncipe Felipe tenía buena imagen y transmitía la posibilidad de establecer un panorama completamente distinto al que se respiraba en aquellos tiempos en los ámbitos reales, pero nadie se atrevía a afirmarlo categóricamente. El escenario era caótico y los personajes que lo poblaban parecían haber perdido la templanza… e incluso cosas aún más importantes.

Nueve años después de aquel largo y complejo episodio cuyos momentos más tensos fueron concatenándose y reconduciéndose gracias probablemente al buen juicio de los dos líderes constitucionales, Alfredo Pérez Rubalcaba por el PSOE y Mariano Rajoy por el PP, creo sinceramente que el rey Felipe ha hecho un muy buen trabajo y ha salvado la Corona. Y justo es reconocerlo, la ha salvado a costa de sus propios sentimientos, a los que ha tenido que renunciar para cumplir con su deber de monarca y jefe del Estado. Con independencia de las preferencias de cada uno y la propia  inclinación por la causa monárquica o republicana, reconocer al rey su ejemplar comportamiento es un ejercicio tan razonable como honrado. 

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