Opinión

Bailando con lobos

Se acerca el Festival de Eurovisión y ya nos podemos echar a temblar porque desde hace años, la muestra a la que acuden –quizá por acudir como nos pasa a nosotros- los representantes de las cadenas de televisión públicas del continente se ha convertido en un verdadero circo en el que, o haces algún disparate en el escenario, o no te comes un colín. Los concursantes han probado ya de casi todo, y en el caso español hemos ido dando bandazos de un tabique a otro para comprobar que existe un puñado de razones endógenas y exógenas para que no pasemos de los puestos bajos de la tabla por mucho que experimentemos. Hemos mandado a un actor disfrazado de payaso como Rodolfo Chiquilicuatre, a la ganadora de un concurso como Rosa de España, a famosos internacionales como Julio Iglesias o Raphael, a mujeres estupendas como Edurne o Azúcar Moreno, a grupos consagrados dentro e incluso fuera de nuestras fronteras al estilo de “El sueño de Morfeo”, “Mocedades” o “Ketchup”, pianistas invidentes como Zubiri, voces de éxito como Sergio Dalma, Paloma San Basilio o Betty Misiego, a Braulio, a Miky, a Peret, a Karina, a Sergio y Estíbaliz, a Jaime Morey, a José Vélez, y a más de cuarenta absolutos desconocidos que pasaron por el festival y de ellos no hubo más nada… Solo Massiel en el 68 y en pleno dominio del pop británico, y Salomé al año siguiente en Madrid, consiguieron ganarlo. De eso hace casi cuarenta años.

La fórmula elegida para esta edición es la de una oscura intérprete llamada Barei de la que nadie había tenido noticias con antelación. Se retorna a la vieja fórmula de presentar un candidato de perfil bajo para que el castañazo repercuta poco y si hay que apechar con errores, siempre se podrá echar la culpa al intérprete. O sea, a esta joven llamada en realidad Bárbara Reyzabal y González Aller, con familia de muchos posibles.

Dice el representante de Bielorrusia que va a tratar de obtener el permiso para que le dejen cantar desnudo y entre lobos, (¿y que se lo coman al final del número?) Conociendo los cauces por los que discurre en estos tiempos, cualquier cosa es posible incluyendo un loro que canta –lo intentaron los belgas- o cualquier otra gran prueba de fuerza. Ya puede ir pensando Barei en tirarse a pelo de cabeza desde un globo al escenario, en medio de un cerco trazado con gasolina y prendido con una tea.

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